Y cuando en la interminable
cola,
perdidos ya todos tus
derechos,
todos empujan indignados:
blancos primero, afros y
chinos;
latinos, indios y
musulmanes;
para que sus familias no
sequen
sus calcetines de zurcida
rabia
al viento rasante del metro
que taja todas sus
gargantas.
Y según la fuerza de cada
cultura
vas entrando por una puerta
diferente,
puede que te admitan
por la de inmigrante, la de
turista
o por la de business class
sin demoras.
Y nadie quiere ser el
último.
Y nadie quiere esperas.
Y cuando por fin te regalan
el visado
para no volver nunca más a
tus raíces,
a no ser que llegues
en carro alquilado de
diamantes
que admiren los vecinos,
te enseñan su forzoso idioma
para cargar contra todos tus
antepasados,
que te dejaron anchas
palabras pero pocos dólares,
y todo se reduce a sacar las
automáticas,
escondidas desde siglos
entre tu castigada piel y
las cuatro tallas más
de tus vaqueros vencidos.
Y nadie entonces se
conforma,
porque no queremos
que por heterodoxos nos
deporten,
pues dentro de poco nuestra
cultura
no valdrá nada, y porque de
todos modos,
te la arrancarán del vientre
como droga en la aduana.
Balbina Prior. Timos de la edad desnuda. Sial, 2008.
Imagen: El Anatsui. Bleeding Takari II, 2007.