jueves, 29 de noviembre de 2012

En el limbo legal






1

Que no tengas miedo,
aunque en la otra celda
ladren ya los perros. 

Cerrada la noche,
abierto tu sueño,
la mañana fría,
caliente tu pecho. 

Que no tengas miedo,
aunque en la otra celda
reine ya el silencio. 

2 

No me dejas, carcelero,
que me asome a la ventana. 

¡De noche suspira el viento! 

El fulgor de la mañana
ya no tiene prisionero. 

3 

Palmera, juegan tus palmas
al corro con las estrellas
como juegan con la luna
las palmeras de mi tierra. 

Y sé que no puede ser. 

Desde ahí arriba, palmera,
más alta que la alambrada,
dime, ¡ay!, si ves La Meca. 

Y sé que no puede ser. 

Habla bajito, palmera,
si despiertas a los guardias,
te pondrán mono naranja
y una bolsa en la cabeza. 

Si he muerto o estoy soñando,
palmera, ya no lo sé.
¿Sabes, palmera, por qué?
 
 
Conrado Santamaría. Cancionero de escombros con hoguera. Ediciones Trabuco, 2014.

Imagen: Fernando Botero. Abu Ghraib

miércoles, 28 de noviembre de 2012

Al 11 de noviembre


Mártires que en Chicago sucumbisteis
víctimas de la infame burguesía
y con grande valor la vida disteis
por propagar tan solo la anarquía.

Aquellos que al patíbulo os llevaron
a impulso del oprobio y la vileza;
los que hasta la justicia atropellaron,
movidos por su amor a la riqueza

hoy tiemblan, ante el pueblo soberano
que en todas partes ruge prepotente,
quitándoles el sueño a los tiranos
y alzando altivo la indomable frente.

Los abrojos que cubren el sendero
no arredran al valiente caminante,
quien, con ánimo firme, audaz y entero,
no interrumpe su marcha hacia adelante.

Vosotros, sumergidos en la nada,
la lucha no podéis seguir atentos;
pero rápida avanza la jornada
que la furia desata de los vientos.

Del cadalso a la mágica tribuna
anunció de la luz la bienvenida,
y de nosotros es, sin duda alguna,
el éxito final de la partida.


Fermín Salvochea. Suplemento a La Revista Blanca, 17.11.1900
65 Salvocheas. Quorum Editores, Cádiz, 2011

lunes, 26 de noviembre de 2012

A los que os gusta el golf,


qué lástima de topos.
Qué pena de paisano
con su braván;
pena de tractor…,
lástima de vertederas. 

            A los que os gusta el golf,
qué falta de guijarro,
de suelo sin bellota,
de brote de encina. 

Pero ¿qué lugar tiene el acebo?,
¿dónde escarba el arrendajo?,
¿cuál es el paso de los corzos?
Ni para los más testarudos duendes
queda un triste esconderite. 

            A quienes os gusta el golf,
que confundís hierba con césped y
armonía con uniformidad,
diera yo reses a tanto pasto;
boñiga a cada agujero
monte a tanto yermo.
A las manos ociosas,
palotas, dalles y azadas,
calor para toda hectárea sin vida.           

A los que os gusta el golf
con vuestros juegos de palos...,
¡qué de palos os daba!


Rubén de la Peña
Imagen: Edward Hopper. People in the sun, 1960.

lunes, 19 de noviembre de 2012

Testamento de Durruti


¿Qué bala te cortó el paso
-maldición de aquella hora-,
atardecer  de noviembre,
camino de la Victoria?
Las sierras de Guadarrama
cortaban de luz y sombra
un horizonte mojado
de agua turbia y sangre heroica.
Y a tus espaldas, Madrid,
el ojo atento a tu bota,
mordido por los incendios,
con jadeos de leona,
tus pasos iba midiendo
prietos el puño y la boca.
¡Atardecer de noviembre,
negro borrón de la historia!
Buenaventura Durruti,
¿quién conoció otra congoja
más amarga que tu muerte
sobre la tierra española?
¡Acaso estabas soñando
las calles de Zaragoza
y el agua espesa del Ebro
caminos de laurel-rosa,
cuando el grito de Madrid
cortó tu sueño en mal hora!
Gigante de las montañas
donde tallabas tu gloria,
hasta Castilla desnuda
bajaste como una tromba
para raer de las tierras
pardas la negra carroña.
¡Y detrás de ti, en alud,
tu gente , como tu sombra! 

Hasta los cielos de Iberia
te dispararon las bocas.
El aire agitó tu nombre
entre banderas de gloria
-tu nombre, grito de guerra
y dura canción de forja-.
Y una tarde de noviembre,
mojada de sangre heroica,
en cenizas de crepúsculo
caía tu vida rota.
Sólo hablaste estas palabras,
al filo ya de tu hora:
“Unidad y firmeza, amigos;
para vencer hay de sobra!” 

Durruti, hermano Durruti,
jamás se vio otra congoja
más amarga que tu muerte
sobre la tierra española.
Rostros curtidos del cierzo
quiebran su durez de roca,
como tallos quebradizos
hasta la tierra se doblan
hércules de firme acero.
¡Hombres de hierro sollozan!
Tambores fúnebres baten
apisonando la fosa.
¡Durruti ha muerto, soldados;
que nadie mengüe su obra! 

Se buscan manos tendidas,
los odios se desmoronan,
y en las trincheras profundas
cuajan realidades hondas,
porque a la faz de la muerte
los imposibles se agotan.
Aquí está mi diestra, hermano.
Calma tu sed en mi boca,
Mezcla tu sangre a la mía
y tu aliento a mi voz ronca,
Durruti bajo la tierra
en esto espera su honra.
Rugen los pechos hermanos,
las armas al aire chocan;
sobre las rudas cabezas
sólo una enseña tremola.
¡Durruti ha muerto! ¡Malhaya
aquél que mengüe su obra! 


Lucía Sánchez Saornil. CNT, nº 553, 25 de febrero de 1937

domingo, 18 de noviembre de 2012

Venus Libertaria


Han impuesto ese dogma. Disfrutarás al fin
cuando el jardín reluzca sólo para tus ojos
en un idilio tierno de mutua posesión.
Cegado por la dicha, no verás el engaño.

Jamás un ser humano ha poseído a otro.
Ese es sólo el anhelo de una era corrupta
que gobiernan egoísmo, propiedad y familia.
El único placer es la revolución.

En cada ser que sufre la insania del poder,
resplandece gloriosa la dignidad humana.
En su conciencia herida, lo noble se rebela
y busca su camino entre la incierta bruma.


Jesús Aller (Gijón, 1956). Los dioses y los hombres,   KRK, 2012

viernes, 16 de noviembre de 2012

Doña María



¡Ay, pobre doña María,

ella que no sabe nada!

Su hijo, el de la piel manchada,

a sueldo en la policía! 


Ayer, taimado y sutil,

rondando anduvo mi casa.

¡Pasa! –pensé al verle- ¡Pasa!

(Iba de traje civil.) 


Señora tan respetada,

la pobre Doña María,

con un hijo policía

y ella que no sabe nada. 





Nicolás Guillén. La paloma del vuelo popular. Losada, 2005


martes, 13 de noviembre de 2012

A la huelga, compañero


A la huelga, compañero,
no vayas a trabajar.
Deja quieta la herramienta
que es la hora de luchar.

A la huelga diez, a la huelga cien,
a la huelga, madre, yo voy también.
A la huelga cien, a la huelga mil,
yo por ellos, madre, y ellos por mí.

Contra el gobierno del hambre
nos vamos a levantar
todos los trabajadores,
codo a codo con el pan.

Desde el pozo y la besana,
desde el torno y el telar,
¡vivan los hombres del pueblo,
a la huelga federal!

Todos los pueblos del mundo
la mano nos la van a dar
para devolver a España
su perdida libertad.


Chicho Sánchez Ferlosio 

Imagen: Robert Koehler. La huelga, 1866

lunes, 12 de noviembre de 2012

Poema para una huelga


 Este poema se hizo con motivo de la Huelga General del 14 de noviembre de 2012. Este poema pretende desde la humildad dar respuesta a todos aquellos que piensan que las huelgas están desfasadas, que ya no son necesarias.


Silencio, silencio por favor
Escuchar
Se oyen gritos, oíd
Son los gritos de la historia
Nos llaman hombres y mujeres
Obreros y estudiantes
Comunistas y anarquistas
Parados y desahuciados
Pacifistas y ecologistas
Trotskistas y feministas
Somos nosotros
Los de antaño, los de ahora
Los que regamos con sudor y sangre
Las tierras áridas de España
Somos nosotros
Los de antaño, los de ahora
Los que hacemos la huelga
Los que movemos la historia
Somos nosotros
Los de antaño, los de ahora
Los hombres y mujeres
Que gritamos dignidad
Sí, ayer, hoy, qué más da
Es el mismo enemigo
Es la misma lucha
Es la misma huelga.
Cuando la tormenta haya pasado
Y salga el nuevo sol
Cuando la primavera
Se llene de colores
Y la hierba buena nos regale su fragancia
Cuando los hombres se llamen hermanos
Y en el mundo no haya fronteras
Cuando la patria sea el planeta
Y la familia la humanidad
Cuando las guerras hayan terminado
Y los dioses descansado.
Cuando ese día llegue
Se acabará la huelga
De ayer, de hoy, de siempre.



Ángel Barredo. En ¿Por qué gritamos?. Ángel Barredo, Mario de la Peña, Rubén de la Peña, Marcos Erro y Rufino Hernández. Ediciones El Perdigón, 2014.

sábado, 10 de noviembre de 2012

Visión y plegaria


I  
 

¿Quién 
Eres    
Que ha  nacido
En el cuarto de al   lado
tan      ruidoso      para    
Que     puedo    oír      el     vientre
Abriéndose     y    lo     oscuro    correr
Sobre     el     espectro   y    el    hijo      caído
Tras la pared delgada como el hueso de un gorrión?
En    el   cuarto  del    parto,    sangriento    y     desconocido
Para    el   incendio   y   las    vueltas    del      tiempo
Y    la    huella    del    corazón    del   hombre,
Ningún      bautismo       saluda
Sino   lo   oscuro     solo
Bendiciendo
Al    niño
Salvaje

 

 

Yo
Debo yacer
Quieto como piedra
Junto a la pared de hueso
De gorrión oyendo el  gemido
Sofocado       de        la        madre
Y   la   cabeza   en   sombra   del   dolor
Proyectando   mañana   como    un    espino
Y     las    comadronas    del    milagro     cantan
Hasta     que      el      recién        nacido     turbulento
Me      incendia      su      nombre     y       su      llama
Y     la    pared     con     alas     se     desgarra
Por         su       coronilla        ardiente
Y    lo     oscuro    arrojado
Desde  sus entrañas
A la brillante
Luz. 

 


Al
Retorcerse
El hueso de gorrión
Y  el  primer  amanecer
Se enfurecía por su  torrente
Llegan sobre el reino enjambres
De   lo    deslumbrador    del    cielo
Y  la  doncella  maternal  con gotas de rocío
Que    lo    alumbró   con   una     hoguera    en
Su     boca    y   lo   meció    como     una    tormenta
Yo     correré     perdido    en     repentino
Terror     y     reluciendo      desde
El cuarto antes encapotado
Llorando    en   vano
En el caldero
De   su
Beso

 


En
El giro
Del     sol
En el espumoso
Ciclón   de   su   ala
Porque estaba perdido yo que estoy
Llorando ante el trono empapado del hombre
En     la     primera     furia     de     su     torrente
Y        los         relámpagos         de          adoración
De    vuelta    al    silencio    negro   se   derriten  y  gimen
Porque     estaba     perdido     yo     que      he      llegado
Al  refugio  que enmudece  de  asombro
Y          al           hallazgo
Y  el  alto mediodía
De su herida
Ciega mi
Llanto.

 


Ahí
Encogido y desnudo
En       el        santuario
De              su         ardiente
Pecho            yo       despertaré
Para  la sacudida confusión judicial
Del     fondo     del     mar   desenjaulado
El ascenso nuboso de la tumba exhalante
Y   el   polvo  ofrendado  que  se eleva
Con su llama  en cada  grano.
Oh   espiral  de   ascensión
Desde   la  urna buitrera
De      la       mañana
Del hombre cuando
La    tierra
Y
 


¡El
Mar nacido
Alababa al sol
El         hallazgo
Y   el   erguido   Adán
Cantaba sobre el origen!
¡Oh, las  alas  de  los  niños!
¡El  vuelo a  la herida  del  joven
Viejo desde los desfiladeros del olvido!
¡La celeste marcha de los siempre muertos
En        batalla!            ¡El        suceso
De   los  santos    en     su     visión!
¡El hogar sinuoso del mundo!
Y  el  dolor  entero
Fluye  abierto
Y       yo
Muero.
 


II 

En el nombre de los perdidos que se gozan en
Las    puercas    llanuras    de    carroña
Bajo         el       canto         funeral
De     las    aves     de    carga
Pesada por los ahogados
Y    el    polvo    verde
Y       soportando
El fantasma
De
La   tierra
Como     polen
En el penacho negro
Y    el      pico    de   fango
Yo    suplico   aunque   pertenezco
Apenas        a       esos       hermanos
Que lloran pues la dicha se ha metido dentro
Del tuétano más íntimo del hueso de mi corazón
 



Que      quien       aprende      ahora     el     sol     y     la     luna
De      la     leche      de     su     madre     pueda    regresar
Antes    que     sus    labios    ardan    y     florezcan
Al    sangriento     cuarto    del     parto
Tras    el    hueso    de    gorrión
De la pared y enmudecer
Y     el     vientre
Que llevó
Para
Todos los hombres
La                   adorada
Luz      de     la     infancia   o
La         prisión       deslumbrante
Bostece         ante       su          llegada
En      el      nombre      de      los      desaprensivos
Perdidos      en        la        montaña       sin       bautizar
En       el     centro     de      lo     oscuro      yo      le      suplico

 


 Que      deje      a     los     muertos      yacer      aunque      giman
Pues    sus    manos     de      zarza       con    que     alzarlos
Al      santuario     de    su    herida    del     mundo
Y     al    jardín   de   la   gota  de   sangre
Aguantan           la                   ciega
Sede de piedra donde duermen
En la oscura
Y honda
Roca
Que no despierte
El   hueso  del   corazón
Sino   que  deje  que  se quiebre
Sobre       la      cumbre       del     monte
No          ofrendado        por        el              sol
Y        que       el     polvo     cegador     se     disperse
Por       la       llanura       donde       arraiga       el          río
Bajo          la         noche           por          siempre            cayendo

 


La   noche   por   siempre   cayendo   es   una   estrella
Y   un   país   conocido   por   la   legión
De  durmientes  cuya  lengua  repico
Para     llorar     su     aguacero
De luz por el mar y la tierra
Y    hemos     venido
A conocer todos
Los lugares
Caminos
Laberintos
Pasadizos
Barrios y tumbas
De la caída interminable.
Ahora     el     lázaro          común
De   los  durmientes con mapa suplica
no      despertar       ni      levantarse    nunca
Pues el país de la muerte tiene el tamaño del corazón
Y  la  estrella  de  los  perdidos   la  forma  de  los  ojos.

 

En       el       nombre      de      los       huérfanos
En    el    nombre    de    los    no    nacidos
Y       de       los       no       deseosos
De    manos    o    instrumentos
De mañanas comadronas
Oh   en   el   nombre
De          nadie
Ahora o
Nadie
Que vaya
A ser  yo  suplico
Que   pueda   el   sol
Carmesí girar un gris de tumba
Y     el     color      de      la      arcilla
Manar          sobre          su          martirio
En              la             tarde             interpretada
Y    en    lo    oscuro  conocido    de    la    tierra    amén

 


Doy   la   vuelta   a   la   esquina   de   la   súplica  y  ardo
En       una        bendición      del       repentino
Sol.  En  el  nombre  de  los  malditos
Me  daría  la  vuelta  y  correría
A    la   región    escondida
Mas    el    sol atronador
Derrama su bautizo
Por el cielo
Yo
soy hallado.
Oh     dejadle   que
Me escalde y me ahogue
En    su    herida    del    mundo.
Su    relámpago   responde    a    mi
Llanto.    Mi    voz   arde    en    su    mano.
Ahora     estoy     perdido     en      lo      cegador.
El      sol     atruena     al     final     de      la     súplica.
 
 
 
Dylan Thomas. Visión y súplica.
Traducción: Conrado Santamaría y Amalia García Fuertes
Imagen: Mijaíl Alexándrovich Vrubel. El demonio sentado en un jardín, 1890