miércoles, 10 de junio de 2015

Friso con obreros



Aparecen de pronto.

                                   ¡No están muertos!

Y si no hablan, es porque las palabras

no dicen sino cosas sin sentido,

por ejemplo: <<Hace frío>>, cuando tienen

pequeñas llamas rojas en la lengua.


¿Qué música lejana, qué resuelto

compás impone ritmo a su asombrado

despertar cada día…? ¡No están muertos!

Un corazón les nace con el alba.


Son –desteñido azul– agua profunda,

río de frescas márgenes, que busca

su mar de cal y de ladrillo, su hondo

pozo de mineral que hierve y canta.


Cruzan por alamedas con rosales

y les llega un olor de noble tierra.

Los mármoles, al sol, recobran brillos

de recóndita rabia o sudor frío.


Pero no se detienen. –¿Están muertos?–.

Indiferentes marchan, escuchando

dentro de sí lejanos ecos. ¿Miran

la evidencia total de la mañana?


Los muertos viven sin saber. Pero ellos

viven de su vivir, tan plenamente

que algo que no es la luz ni el aire tiene

concretas resonancias en su sangre.


Si quisieran gritar, lo harían, porque

no están muertos, conocen la palabra

que sólo se pronuncia desde el sueño

y es, como un toro, violenta y ácida.


Aparecen de pronto. –¿De qué ocultos

manantiales de vida?– y permanecen

en la esperanza de los hombres.

                                                           ¡Viven

soportando futuro a las espaldas…


Victoriano Crémer. Nuevos cantos de vida y esperanza, 1952.

Imagen: Lorenzo Viani. Consuetudine, 1907-09.

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