domingo, 23 de junio de 2019

LAS RATAS DEL OLIMPO TIENEN HAMBRE


(Prometeo en camino. Se aleja de los enormes barracones en los que ha vivido…).

PROMETEO.– Ya sólo me falta despedirme de vosotras. Os siento mirándome desde la oscuridad, como a un viejo amigo, como a un compañero que se va. Oh, ratas, vosotras habéis entonado conmigo la canción del hombre. Oh, grandes ratas furiosas y cobardes, que me habéis disputado el pan, que habéis mordido mis sueños.

Temblorosas hijas de la angustia, estremecidas en el aliento húmedo de la tierra. Huyendo del hombre que levanta la cabeza, mordiendo negramente los cadáveres. Desatando el corazón de la tierra con sucias galerías. Robando de la luz los frutos podridos, la carne apagada. Royendo la estela del hombre, arrastrándole por pirámides inversas. ¡Diosas injustas, negativas! Cuando la gran rata, madre de Júpiter, haya comido la cabeza del último hombre, un horrible definitivo cubrirá toda la tierra. (Pausa).

Ahora tengo que cruzar la frontera de esta tierra sucia y encaminarme hasta el Cáucaso, para que se cumpla mi destino. Los dioses quieren que prepare cuidadosamente el suicidio del hombre que llevo dentro, y yo estoy de acuerdo, puesto que en mi carne no cabe ya el dolor. Pronto no seré sino la inmensa oquedad de un dios, un hombre desecado, una forma sin peso.

En la cumbre debo esperar el nuevo mensaje de los dioses. Desde el Olimpo, promontorio oscuro de la tierra, se decretarán los nuevos dolores que como dios debo sufrir, ya que los humanos están cumplidos. Allí, en la alta cumbre donde los átomos se hacen cristal, y los dioses apenas proyectan una leve sombra, voy a esperar su decisión. Sea lo que sea, tendré que estar siempre con los ojos bien abiertos, pues de lo contrario seré devorado por las ratas celestes. En la madriguera del Olimpo, hay miles de ratas transparentes y blancas que tienen hambre de mí y que dan saltos feroces esperando el festín.

Por encima del horizonte de ratas que ahora me cercan, quiero deciros mi último mensaje. Tengo ya prisa, y las palabras no pueden ser muchas.

Oh, mortales (se dirige ostensiblemente al público). ¿No sentís sobre vuestras cabezas la galopada de las ratas celestes hacia la cumbre? Escuchadme, si su grito inmundo os lo permite. Escuchadme, mientras cumplo mi camino. Escuchadme:

“Bienaventurados los que se quemaron con fuego, porque ellos conocen la verdad”.

“Bienaventurados los que labran la tierra, porque ellos saben dónde están las raíces”.

“Bienaventurados los que trabajan la mina, porque ellos conocen el sol”.

“Bienaventurados los perseguidos y los fugitivos, porque ya son libres”.

“Bienaventurados los muertos, porque nunca tendrán que mentir”.

“Bienaventurados los hombres…”.

(La voz de Prometeo deja de ser audible poco a poco mientras se aleja).





Luis Martín Santos. Prometeo, 1970. La Tarasca, 2000.

Imagen: Max Klinger. La abducción de Prometeo, 1894.

2 comentarios:

  1. "Quien no posee la palabra es condenado de inmediato. Quien la posee vive en un perpetuo aplazamiento de la condena".
    Roberto Calasso, "Las bodas de Cadmo y Harmonía".

    Salud!... y a empujar la roca ladera arriba.

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  2. La lucha por la posesión de la palabra es una de las denominaciones más acertadas de la lucha de clases. Salud!

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