lunes, 27 de septiembre de 2021

[En realidad, no se sabe casi nada de lo que le pasa a «todo ser humano», ...]


 

En realidad, no se sabe casi nada de lo que le pasa a «todo ser humano», si bien es posible que muchos querrían también encontrar un asidero, solo uno, para los días teñidos de una esperanza desolada, si cabe hablar así. Algunas personas, siempre más de las que parecen estar a la vista, no envuelven su yo en una cámara separada, no asignan al dolor adjetivos como propio o ajeno. Sucede. Ha sucedido a lo largo de la historia, nadie sabe si seguirá sucediendo y hay quien trata de denigrar sus conductas como si fueran fruto de un misticismo y no de la razón tranquila del vivir. Cuando ven que casi nunca hay una relación directa entre su acción y que algo se arregle, ¿por qué no dimiten? Ante obstáculos y contradicciones, ante las amenazas, ante la adversidad, ¿por qué no se enfurecen? Ah, pero es que claro que se enfurecen y se alzan. Conocen la ira del nudo imposible de deshacer: qué tentación entonces de grito y desafuero. Tú, sí, tú, condescendencia, cuádrate porque no sabes nada de la ferocidad que encierra eso que desdeñosamente llamas buena voluntad. La mirada displicente con que crees poder juzgar sus conductas, guárdatela, y todas tus sentencias. Piensas que son así porque no se atreven, piensas que no conocen el ataque de la aviación y las granadas que caen en el patio, perforan los techos, estallan el interior del palacio de la Moneda. No aprenden, murmuras displicente. Teme su fuerza. La que adquieren cada día cuando se niegan, cuando recuerdan que la crueldad es violencia sin razón y que la razón tiene un coste, que la atención coordinada cuesta esfuerzo. Y parece que no avanzan, pero un día te sobresaltará su gesto de huracán, tan cerca.

 

Belén Gopegui. Existiríamos el mar. Penguin Random House, 2021.

Imagen: Dorothea Lange. Young migratory mother, 1940.

No hay comentarios:

Publicar un comentario