Un innombrable jeque
-amigo personal de tal monarca-
ha encomendado una ingente partida de armas.
Sí, sabemos que persigue sistemáticamente a los disidentes;
sabemos, sí, que ajusticia arbitrariamente;
sí, y allí se condena a las mujeres por nimiedades;
sí, y bombardea hospitales, escuelas y mercados en tales países;
y también decís que su fortuna es más escandalosa
que la miseria de su pueblo;
pero nosotros crearemos tropemiles puestos de trabajo.
Pues tal vez podríamos incendiar las mansiones y chalets
del presidente y sus innúmeros consejeros;
crearíamos miles de empleos directos
entre bomberos y constructores.
O podríamos secuestrar a las esposas de los empresarios navieros
y exigir un rescate impagable;
crearíamos miles de empleos
entre detectives y psicólogos.
O tal vez podríamos mandar asesinar
a los hijos de los financieros y sus accionistas;
crearíamos millones de empleos
entre funerarios y médicos forenses,
y empleos de calidad entre expertos sicarios quirúrgicos.
O tal vez podríamos televisar
la lapidación de tal monarca y tal jeque;
entre anunciantes y patrocinadores
se crearían miles de empleos directos.
Empleos de calidad.
¿Pero por qué decir esto a mí
me pone al borde de un delito de incitación al odio
y a ellos les proporciona miles de votos
propiciar la muerte de miles de personas?
¿Acaso los que han de matar sus armas son menos
humanos
que los que nunca matarán mis palabras?
El gobernador del Banco Central diría:
«criterio de solvencia».
No odiar es estar ya muerto.
Cristóbal López Ramos. En Brossa de foc. Poesía crítica en la Barcelona del diseño. VV. AA. Descontrol, 2019.
Imagen: Dragan Bibin. Floodwaves 2, s/d.
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