jueves, 19 de enero de 2017

Las maravillas celestes




Y vuelves, Salvochea,

un día y otro día de este otoño

tan ocre castellano,

a formar sin tardanza

tu círculo de luz en las tinieblas.


Con tu conciencia a cuestas, tu entusiasmo

de fe en los compañeros

tan lejos de sus casas, mientras duelen

aún las cicatrices,

las suyas y las tuyas,

mientras rugen cañones al extremo

del mundo que desgarran

la carne en carne viva,

tú señalas, resuelto,

este cielo a la mano que entona la meseta.


Entre órbitas limpias que la razón tamiza

y pálpitos de estrellas que estremecen,

entre las maravillas celestes de Camilo,


“¡Hay que expropiar!”,

les dices, Salvochea,

“¡hay que expropiar la tierra, compañeros!,

¡sus olores de lluvia amanecida!,

¡la sazón de sus frutos!,

¡el arrullo del viento sobre el granar del trigo!

¡Hay que expropiar la mar

y su incesante

vaivén irreparable!

¡Hay que expropiar la luz

que nos iguala,

el bien que nos guarece!

¡Hay que expropiar, hermanos,

la palabra!,

¡que florezca

su inmediato sentido verdadero!

¡Hay que expropiar las leyes de los astros,

que son al fin las leyes de los hombres!”


Y ya se alza la luna

iluminando

el cerro del Castillo y el relente,

los surcos y las rejas que nutren las semillas.





Conrado Santamaría. En 65 Salvocheas. Ed. Quorum, 2011.

Imagen: Amalia García Fuertes

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