miércoles, 20 de abril de 2016

Y sin embargo: De vivos es nuestro juego.



Empecemos por el principio. Digamos que por ser de vivos nuestro juego nos negamos a la muerte decretada: la que tiene nombres y apellidos que, con demasiada frecuencia no decimos. Como tienen nombre los sin nombre, las olvidadas, los desposeídos de toda esperanza: las mujeres de Ciudad Juárez, porque “no es el azar, quien maquila y maquila”, “no es el azar, hay nombres en las puertas marcadas”; o Samba Martine “congoleña, muerta en el CIE de Aluche” o los que edificaron “Tebas, la de las siete puertas”. Tantos nombres. “Tantas historias,/ tantas preguntas”. Y el poeta va nombrando: los crímenes legales, la muerte decretada y también la rabia, el grito, la esperanza y la belleza posible que la alienta. Entre muerte y vida. Porque este es un juego a todo o nada. Y está la muerte. Pero está la vida. Y el juego. Sí, el juego, la alegría que nadie compra ni vende, el regalo del tiempo perdido, como sentarnos al borde del sendero, darnos un respiro, hablar libremente y reconocernos en “este asombro/ de pan que ahora/ compartimos,/ compañeros sin más, al mediodía”. El juego de la vida, el juego entre vivos.

Pero, empecemos por el principio. Y, tras el título, lo primero es la cita de Max Aub de la que este ha surgido. El poeta no puede escapar de la historia, de la política, porque no podemos vivir a medias, fiados de la muerte, nos dice Max Aub. Pero quiero llamaros la atención sobre los dos nombres propios (volvemos a ellos, a decir la vida en que se encarnaron) que ha elegido Conrado para abrir su poemario. Dos nombres, dos hombres, dos poetas no sé si olvidados, pero sí no citados con demasiada frecuencia. Uno de ellos, Max Aub, uno de los grandes, los imprescindibles. El impenitente vanguardista de sus prosas iniciales y su “Josep Torres Campanals”, su juego de cartas, su novela policiaca; el narrador que nos ha dejado el más impresionante fresco de nuestra guerra civil en “El laberinto mágico”, el dramaturgo apenas representado (¡y qué lacerante actualidad, en esta hora de la vergüenza de Europa, tienen sus obras No o San Juan!), el poeta apenas leído…

Y su cita es homenaje a otro exiliado: ¿Será esto, el exilio y quienes allí fueron, hombres y mujeres, lo olvidado, lo borrado de nuestra historia, lo que no encontró hueco en el mundo feliz de la Transición y por ese sumidero de desmemoria se fueron Max Aub y Ernestina de Champourcin, Josefina de la Torre y María Zambrano…, y tantos, tantas que no tenían sitio en ese presente perfecto que asombraba al mundo entero? Otro exiliado, otro olvidado, un poeta, León Felipe que desde tan joven me acompañó: trastiendas de librerías amigas, prohibidos libros editados en Argentina, canciones de Paco Ibáñez, poema pintado en la delegación de alumnos de Filosofía y Letras de la Complutense en enero del 69 - los días en que éramos grito en las calles, negación de la muerte, memoria viva del compañero asesinado; primera lectura de Walt Whitman por él traducido, versos clandestinos, aprendidos en la larga noche de la dictadura. Este León Felipe siempre excesivo, desmesurado, de verso torrencial, que juega y desmenuza palabras…, que está en la poesía de Conrado, como lo está el gran César Vallejo a quien rinde homenaje. Conrado empieza por el principio y por ello no olvida, rescata nombres, los dice aunque su voz suene intempestiva, o precisamente por ello.

Hay en este libro, creo, eco de León Felipe, del Rafael Alberti de sus poemas cívicos, de Vallejo. Denuncia, grito. Hay una construcción del poema a base de largas enumeraciones con un recurso sistemático a la anáfora: “A veces uno piensa y se debate,// y se percata,// y se deshace…” en ocasiones ocupando casi todo el poema “Y un solo amo verdadero… el … ”, “Yo me cago en Botín…todos los viernes… por las mañanas…al mediodía”. Enumeraciones que encuentran, en ocasiones, su cierre sintáctico y semántico (su sentido) en la estrofa final del poema que es duda o débil esperanza como en el poema “Justo al borde” que comentaré más adelante; “Como quiera que el mundo…/// No me inhibo (repetido en 4 vs al final del poema, p. 47); “Aunque cansado/ más cansado que las ratas, que el gato.../// sigo” (p. 52); “No es el azar… /// hay nombres”. Los ejemplos son numerosos pues es seña de identidad del poemario.

Pero hay también algunos poemas breves de un condensado lirismo que entronca con la poesía del cancionero, con la lírica tradicional, y de nuevo pienso en Rafael Alberti (más que olvidado, expropiado por rapiña, usura de herencia y derechos de autor, de nuestro presente poético) y en Agustín García Calvo (otro que vive en el olvido) y algunos de los poetas de los 50 y pienso en los poemas tradicionales de Jesús Hilario Tundidor (por citar otro olvidado)…
Y, claro está, en el “Cancionero de escombros con hoguera” de Conrado: allí junto a romances  aparecen coplas y canciones de tipo tradicional; como si Conrado se resistiera a que el río de nuestro romancero se anegara y a que las viejas palabras (las del campo, los trabajos y los días que ya son casi pasado) desaparecieran. Y también en esto le veo cerca de Claudio, de Tundidor, o, ahora mismo, de María Ángeles Maeso, rescatando palabras, estrofas…, mirando a una tradición que quiere hacer suya. Poemas tan hermosos, en este libro, como el que comienza: “Aunque ya estaba en la orilla, / mar adentro/ me arrastró la vela el viento” (p.39) con su fiel estructura de canción tradicional. 

Enumeraciones, versos torrenciales a la manera de León Felipe; canción tradicional; pero también poemas donde desaparece la puntuación, en los que Conrado juega, deshace, contrahace las palabras como eco de César Vallejo… son estos algunos de los registros formales de este libro. 

Y está la rabia, el exabrupto, la denuncia en poemas muy directos, deliberadamente “impuros”, poesía en la que emerge la política pues, como dice Max Aub, “de vivos es nuestro juego” y Conrado no entiende la poesía “como único fin”. 

Pero, ¿acaso se agota la poesía en el grito? Las palabras arrojadas como piedras frente a la realidad (esa obscena y repetida perpetuación de la injusticia que llaman realidad) ¿no llevan en sí el riesgo de lo demasiado evidente? La denuncia igual a sí misma en su necesaria repetición, lo que decimos en forma de panfleto, de ensayo, de poema, de grito en la calle… ¿no será clausura, cierre del poema, no estará negando su necesaria apertura para ser, sin quererlo, oclusión del hueco, la hendidura, la quiebra del principio de realidad? Conrado conoce el riesgo. Lo asume.

Desde un “nosotros” que no quiere ser complaciente: “tal y como/ si no hubiera hendiduras/ si no hubiera rendijas las palabras/ los hallazgos/ si no hubiera un adentro más adentro/ con una voz distinta más genuina.” (p.86, últimos versos del libro).

Palabras rendijas. Donde no hay certezas. Por eso me gusta tanto el final abierto de algunos poemas: “cuando uno va ganando/ y sin embargo” (p.37). En este “sin embargo” está la rendija, el precipicio, el salto en el vacío de una posible y pequeña verdad.

Porque estamos “justo al borde,/ ahora que hemos llegado justo al borde/ y los hechizos todos (…)/ han sido clausurados”. Y entonces en este límite, azotados por el viento, sin mentiras pero también sin certezas, entonces, justo al borde, “nuestra mano/ busca otra mano, otra/ en que ampararse”. “Y no hay lugar” (p.40-41).

Desde aquí, desde este no lugar, a la intemperie, quiero leer este poemario. Para, como quería otro hombre aquí nombrado, Fermín Salvochea, expropiar, la tierra, el mar, los astros, la luz, las palabras. Porque hay hendiduras. En todo caso, y aunque no las hubiera, no tenemos elección; al menos si de vivos es nuestro juego.



Antonio Crespo Massieu. Madrid, 2 de abril de 2016

Imagen: Goya. Gran coloso dormido, entre 1824 – 1828.

4 comentarios:

  1. Pues hay que tomar nota. Hurgo más por aquñi.

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  2. Gracias, jordim... Hurgar, un verbo significativo y necesario.

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  3. Buena travesía. Si son esos versos
    seguro lo será.

    Un saludo

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  4. La travesía es buena siempre que la compañía es buena.

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