Vivimos sin sentir el país bajo nuestros pies,
nuestras voces a diez pasos no se oyen.
nuestras voces a diez pasos no se oyen.
Y cuando osamos hablar a
medias,
al montañés del Kremlin
siempre evocamos.
Sus gordos dedos son sebosos
gusanos
y sus seguras palabras, pesadas
pesas.
De sus bigotes se carcajean
las cucarachas,
y relucen las cañas de sus
botas.
Una taifa de pescozudos
jefes le rodea,
con los hombrecillos juega a
los favores:
uno silba, otro maúlla, un
tercero gime.
Y sólo él parlotea y a
todos, a golpes,
un decreto tras otro, como
herraduras, clava:
en la ingle, en la frente, en
la ceja, en el ojo.
Y cada ejecución es una
dicha
para el recio pecho del
oseta.
Noviembre
de 1933
Ósip Mandelshtam. Tristia y otros poemas. Igitur, 1998.
Traducción: Jesús García
Gabaldón
Imagen: Yuri Pímenov. Esperando, 1959.
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