martes, 14 de mayo de 2024

AUTOCRÍTICA


 

Nos han enseñado cómo no hay

que hacer la Revolución

Kropotkin.

 

Los falsos intelectuales de izquierda no se bañaron esta mañana

y sudorosos y sedientos, indefensos y hediondos,

insistieron en repartir sus octavillas

a los intelectuales de derecha y algunos otros estudiantes

que buscaban sus nombres entre la lista de aplazados.

Los falsos intelectuales de izquierda pasaron los memoriales,

en donde no firmar era de mal gusto,

y proclamaron nuestro puesto ante la revolución,

mientras los obreros en las cantinas y en sus casas

bebían ron con coca cola y comentaban los diarios.

Los falsos intelectuales de izquierda, esta mañana

luego de comer sus corn-flakes

se montaron en los carros de papá

y junto con algunos otros amigos

empezaron a repartir hojitas en las calles

donde un lenguaje que sólo ellos entendían

llamaba al pueblo a sublevarse,

porque es muy fácil estar full-time en rebelión

cuando se tiene el estómago lleno

y las caries y el hambre son de los otros, lejanos y cercanos,

pero siempre prendidos como el aire.

Los falsos intelectuales de izquierda, esos muchachos de pullover,

vendidos del alcoholismo y la putería o más bien,

los hijos del señor Ministro y la señora Embajadora,

que encontraron en la Revolución un justificante para su tedio

y la retrasan en sus relojes para darse tiempo

de aparecer en las crónicas

o en las reseñas históricas que han de hacerse en el futuro.

Los falsos intelectuales de izquierda, esos que hacen la revolución

en sus tazas de café, mientras los días transcurren y se mueren,

sin pedirle a nadie permiso,

o simplemente amarillos como los pergaminos

languidecen en sodas y bares o restaurantes

haciendo la revolución ante un chop-suey,

soñando ser los fideles castro o los chees guevara de bolsillo.

Los falsos intelectuales de izquierda, ligeros como un ascensor,

haciendo versos para agradar al Partio

o angustiándose de pronto porque la noche apenas llega

y en el día no hicieron nada por la revolución.

Estos hermosos muchachos con sus amiguitas al lado,

pálidas sombras de posibles mujeres,

Luisas Micheles sin barricadas, de ojos pintados y pestañas amarillas,

mudas y pálidas como vestales,

y que nadie ha sabido si son inteligentes o idiotas

porque nunca abren la boca.

Los eternos muchachos, los que después de los treinta aún siguen

siendo los mismos que cuando tenían veinte

y para los cuales las arrugas son sólo el pretextos para aducir

sufrimientos conflictivos o conflictos interiores.

Los falsos intelectuales de izquierda

lívidos y sucios deambulando por los bulevares o las rotondas

y fumando marihuana o viendo festivales de cine protesta

o deambulando en la noche por el Jardín Rosemary.

Los precoces aspirantes a diputados o munícipes,

hablando ante parlamentos juveniles

sobre la necesidad de la rebelión

y de la muerte heroica

y que por la tarde asisten a la boda de fulanita

y menganita y entre cocteles

y aceitunas

y escotes

tratan de extender la subversión

por entre todas las mesas dispuestas.

Los hacedores de la revolución de paquete,

la que nace de todas las tardes y se muere de tedio

y puede leerse entre octavillas o diarios o revistas

y está en sus cuartos un retrato del Che junto a otro de Raquel Welch

y confunden la revolución con el manoseo o el Kama Sutra

y pierden los años y los días en lamentos,

como en una película de Sarita Montiel,

salidos de un cafetín en las mañanas cuando los obreros van a sus trabajos

y perdidos por las calles de la mano de una pequeña amiga,

pálidos y nostálgicos como un poema del primer Neruda.

 

 

Alfonso Chase. En Poesía rebelde en Latinoamérica. Saúl Ibargoyen y Jorge Boccanera. Editores Mexicanos Unidos, 1978.

Imagen: Hughie Lee-Smith. Man with White Flag, 1987.

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