jueves, 13 de febrero de 2014

Afán



Era su mueble idolatrado. Había sacrificado toda su vida para poder adquirirlo. Todos los días, después de trabajar, le quitaba el polvo con una gamuza nueva y lo hacía resplandecer con el abrillantador más perfumado. Y todos los años, durante las vacaciones, lo pulía y lo barnizaba hasta darle un aspecto mejor que recién salido de fábrica. Para él la felicidad consistía en recibir a las visitas en el salón y, mientras tomaban el té, hablarles con entusiasmo durante horas de la calidad de la madera, de la exquisita suavidad del forro azul y blanco. Insistía en que lo comprobaran todo con sus propias manos. Las visitas no solían volver. Pero él nunca se acostaba sin acariciarlo y soñaba con el día en que pudiera vivir para siempre dentro de aquel paraíso de seda y caoba. A veces sufría por los golpes y rozaduras que la negligencia de unos operarios sin alma podría causarle cuando al fin lo bajaran a su residencia definitiva.

Conrado Santamaría
Imagen: Cristina García Rodero. Peregrinación a Santa Marta de Ribarteme, Galicia, 1981

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