¿Románticas? Antonia llama románticas a las muchachas que aún siguen esperándolo todo de una buena boda. Y, en efecto, Antonia ha podido observar que Matilde no pertenece a esa clase de mujeres. Matilde sabe–por referencias; ella no ha conocido otros–que los tiempos han cambiado mucho. Escasean los «príncipes», y a los pocos que quedan les ha dejado en una situación muy desairada la revolución rusa. ¡Pobres príncipes del siglo XX, convertidos en figurines de «pollos bien», en primeras figuras de ballet y en héroes de reportaje de revista gráfica! Matilde ha visto de cerca, ha «tocado» la tragedia del hogar, la «felicidad», «la paz» del hogar cristiano, tan preconizado por curas y monjas. El marido llega a él cansado de trabajar–cuando hay trabajo. Allí hay unos chiquillos que gritan, que lloran, y una mujer mal vestida y gruñona, que ha olvidado hace muchos años toda palabra agradable y cuyas manos huelen insoportablemente a cebolla. «Bueno, ya no tengo dinero; fíjate.» «Está bien. No me eches cuentas. Supongo que no te lo habrás comido.» «¡Se lo contaré al vecino!» «Bueno, ¿y qué? Yo no puedo hacer más. Estoy todo el día hecho un burro.» «¿Y yo no trabajo? ¡Pero como no traigo dinero!» El marido piensa que las cosas de la casa se hacen por sí mismas (¡milagrera meseta del fámulo Isidro!) y no le da importancia alguna al trabajo de su mujer, al embrutecedor trabajo doméstico. «Me echas en cara el pan que me como, pero bien me lo gano», dice la esposa. O bien: «Tú quisieras que yo trajese dinero a casa, ¿verdad? Con tal de que no pidiera un céntimo, te daría igual que lo sacara de donde fuese. Pero no tengo ningún querido que me lo dé…», etcétera. ¡Horrible! Da igual que el hogar sea un piso alto, o que sea una pastelería. Varía el sitio nada más. Los chicos, en lugar de meter las manos en la tina del agua sucia, las introducen en la masa extendida sobre los tableros de la cocina. Por lo demás, el marido también dice que no puede con tanto trabajo, y la esposa repite hasta el cansancio que está «todo el santo día hecha una mula». Pero también hay mujeres que se independizan, que viven de su propio esfuerzo, sin necesidad de «aguantar tíos». Pero eso es en otro país, donde la cultura ha dado un paso de gigante; donde la mujer ha cesado de ser un instrumento de placer físico y de explotación; donde las Universidades abren sus puertas a las obreras y campesinas más humildes. Aquí, las únicas que podrían emanciparse por la cultura son las hijas de los grandes propietarios, de los banqueros, de los mercaderes enriquecidos; precisamente las únicas mujeres a quienes no les preocupa en absoluto la emancipación, porque nunca conocieron los zapatos torcidos ni el hambre, que engendra rebeldes. Matilde ha oído algo sobre esto, no recuerda dónde; o lo leyó en algún libro, tampoco recuerda exactamente cuál. En los países capitalistas, particularmente en España, existe un dilema, un dilema problemático de difícil solución: el hogar, por medio del matrimonio, o la fábrica, el taller o la oficina. La obligación de contribuir de por vida al placer ajeno, o la sumisión absoluta al patrono o al jefe inmediato. De una o de otra forma, la humillación, la sumisión al marido o al amo expoliador. ¿No viene a ser una misma cosa?
Luisa Carnés. Tea rooms. Mujeres obreras (Novela reportaje), 1933. Asociación de libreros de lance de Madrid, 2014.
Imagen: Aleksandr Ródchenko
Luisa Carnés es una escritora tan extraordinaria, en todos los sentidos, como desconocida para eso que eufemísticamente llaman los medios de desinformación y propaganda: ‘el gran público’. La razón es muy sencilla, los temas que trata y el punto de vista que emplea no concuerdan con los cánones establecidos por los amos del ‘actual’ mercado editorial. Cánones que permiten a sus ‘feligreses’ presumir de tener un gusto literario y artístico consensuado socialmente, e incluso, avalado por las élites culturales.
ResponderEliminarPor el contrario en las obras de Luisa Carnés, la clase obrera y las relaciones sociales de producción y dominio insertas en su contexto histórico aparecen, con todo detalle, en primer plano. Y eso es algo imperdonable para los intereses de la ideología dominante y en consecuencia para el sentido común ‘posmoderno’ (esa selecta amalgama de ideas, concepciones, valoraciones, creencias, hábitos..), que se fundamenta en una audiencia-consumidora ‘voluntariamente’ acomodada en un plácido estado de pasividad intelectual que, sutilmente, le empantana la inteligencia, y así la estanca y la acaba por atrofiar y pudrir.
Leer a Luisa Carnés nos exige liberarnos de ese mandato del ‘libre mercado’ que, con uno u otro disfraz, sólo nos ofrece una literatura que idealiza el modo de vida y consumo representado por ‘el capitalismo de rostro humano’, el que nos vende la socialdemocracia y el reformismo. Y que sólo conducen a apoyar, aunque sea indirectamente, las formas de dominación que sustentan al capitalismo. Cualquier cosa menos, como hace Luisa Carnés, entrar en harina de una vez por todas…
Existen obras de Luisa Carnés que pueden descargarse aquí:
https://es1lib.org
Un saludo
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Completamente de acuerdo contigo, Luis, una escritora revolucionaria, tanto por sus ideas –lucha de clases, emancipación de las mujeres– como por su estilo, que supera muchas, muchísimas obras de la literatura hegemónica de la que hablas. Gracias por tu aportación y por el enlace. Salud!
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