Las personas en cuyo organismo se detectan apreciables cantidades de oriol, suelen estar justamente capacitadas para ingresar en el martirologio o seguir la carrera de las armas. No se conocen casos de incertidumbres electivas o defecciones netas. Sólo en último extremo acceden determinados individuos a esa gloria no efímera que encumbra por igual a petimetres, atletas, locutores, caciques. Pero es poco probable: una herencia de fámulos asegura también el galardón adicional de la obediencia ciega.
José Manuel Caballero Bonald. Laberinto de fortuna, 1984. En Somos el tiempo que nos queda. Obra poética completa 1952-2009. Austral, 2011.
Imagen: W. Eugene Smith, 1944.
De ahí, probablemente, lo de la vergüenza ajena, la propia no existe. La peor secuela, sin embargo, no es lo grotesco, sino la endogamia, la falta de diversidad genética que implica el riesgo de volverse más sumisos si cabe o degenerar en autómatas a perpetuidad, porque estos, me temo, ya eran esclavos previamente.
ResponderEliminarHe de leerlo. Necesariamente habré de leer a Caballero Bonald.
Que no entre aquí nadie que tenga vergüenza o dignidad, parece estar escrito en el umbral de esta vieja y rancia academia de sumisión. Sí, Caballero Bonald es carne insumisa. Salud, Chiloé!
Eliminar"...el galardón adicional de la obediencia ciega", que Pieter Brueghel tan magistralmente nos muestra en el cuadro que encabeza este querido blog.
ResponderEliminarSalud!
Brueghel, un espíritu libertario y liberador. Salud, Loam!
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