Mi madre era maestra.
Vivíamos los dos solos, en un local
que no tenía ni retrete
-las estrellas jugando con un niño
que está en un orinal, fuera, en el patio.
Con el espanto y con la humillación
se encerraba en la escuela al mediodía
para huir del acoso del infame
alcalde falangista de Rubí.
Fui un arbusto de invierno
crecido en el recodo de sus penas,
las grandes penas grises de mi madre.
Joan Margarit. Se pierde la señal, 2012. En Todos los poemas (1975-2017). Prólogo José-Carlos Mainer. Planeta, 2020.
Imagen: Antoni Campañà
Raro es el día que no me viene a la memoria este poema de Rafael Alberti. Hoy a propósito del de Joan Margarit.
ResponderEliminarAhora sufro lo pobre, lo mezquino, lo triste,
lo desgraciado y muerto que tiene una garganta
cuando desde el abismo de su idioma quisiera
gritar lo que no puede por imposible, y calla.
Balas. Balas.
Salud!
Pero el sufrimiento cuando calla está gritando y, aunque hay quienes quieren taparse los oídos, su estruendo llega muy lejos en el tiempo y en el espacio. Salud, Chiloé!
EliminarSalud, Loam. Hoy ha sido un día un poco durillo y tengo la cabeza descentrada.
EliminarBellísimos los dos.
ResponderEliminar¿Por qué será tan bella la amargura?
Quizás porque el dolor nos hace más conscientes y nos acerca a la posibilidad de su negación. Per aspera ad astra. Salud!
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