Lo que no se dice de la tortura es que funciona
Naomi Klein
No hay noticia sin shock,
ni terapia de la conducta
sin reforzar y fijar
la memoria de nuestro dolor.
La ingeniería del espectáculo. Doctrina Pavlov.
No olvidarás el mecanismo del espanto.
Verás migrantes, titiriteros, desahucios,
poetas, raperos, y yo mismo y cada uno
en el mismo circo, payaso pobre con su
propio y personal número
de caídas y golpes
sin gracia. De servidumbre
voluntaria
a tu forma individual e intransferible
de cagarte de miedo, de esconder la grieta,
de alicatar nuestra habitación hasta el techo
con azulejos de pánico quieto.
De temblor estanco.
Tecnología emocional.
En el dispositivo televisivo premio-castigo,
ciudadanos que a posta o accidentalmente
entregan su vida (entera) al escarnio popular,
al amedrentamiento del respetable
que observa, con gesto de hueso y cal,
cómo apalean sus biografías
a ritmo de anuncio de compresas
a ritmo de audiencia
nacional, o la otra. Sí, la otra. Esa.
Ya no necesita de (más) violencia,
la impotencia es la violencia. Es ella. Sola.
“Cuando no
hay movimiento fuera, la historia
ocurre dentro” dice Chantal Maillard.
Y dentro, sí, pero de la jaula. Después de carnaval,
viene la ceniza. Y es importante que lo sepas,
que no olvides la lección, la tortura, el fundamento
de la ficción real de la tiranía:
después de soñar, nadie despierta. Después del sueño,
sólo pesadillas.
Porque señores en uniforme, armados,
custodian y exhiben
el corazón del mecanismo, del espectáculo.
El martilleo de las porras en los cuerpos
tiene un ritmo, una música. La banda sonora
de la película del siglo, prime time, momento
de gloria. Es el papel de tu vida.
Hay un guión para todo, siempre.
Que fueran vascos
los que enterraron a ETA, y vistan toga
quienes la mantienen viva y eterna.
Que vuestras marionetas de guante, lo eran,
pero no de guante blanco. Que al final de vuestros hilos
colgaban trapos,
y no seres humanos. Podría haber sido cualquiera. Por eso
alguien dijo miedo. Alguien dijo: yo no gobierno mi miedo. Ahí…
… ahí mandan sólo ellos.
En la habitación, en el interior. Donde la historia. Donde el pánico tamiza las paredes, sella las grietas. Donde impide que entre la voz de la vecina, el aliento de la gente que juega, crea y lucha. Donde mandan ellos. Donde yo puse el candado. Donde el terror cotidiano cubre el rostro, como un velo que huele a muerto, sabe a muerto, y suena a canciones de.
Pero. (Sí, hay un pero).
Hasta el interior de mi cráneo, donde todo está atado y bien atado.
Hasta en la prisión cementerio, panteón portátil de mis muertos.
Hasta en mi conciencia hueca,
existe un leve y viejo eco. Que permanece. Que resiste
sin nombre
para que no pueda traicionarle.
Sin lugar, para que no pueda dejarle al primer apretón del camino.
Existe una distancia al horror,
un paréntesis del escalofrío del precio de los hombres. Un
hueco.
Existe algo de mí que no pudieron tomar.
Pequeño, como una chispa en la oscuridad.
Irrelevante, como quien se para en seco
en mitad del caudal de la masa.
Existe un susurro de nana siniestra, petenera que
invoca a la muerte. Sí. A la perdición.
Un mantra que murmuras como un secreto,
que ni tú mismo te dejas escuchar. Sólo a veces…
… En mitad de la lluvia, de la gran tormenta.
Algo guardaste a salvo, algo
aún queda
cálido y seco. Un pequeño gesto que
en mitad de la noche, despierta. Una
necesidad animal de plantar cara
a las fieras.
Maté el grito de espanto cuando hicisteis preso a mi hermano
Callé entonces. Pero ahora respiro.
Ganasteis ayer. Conozco vuestro frío.
Pero, creedme,
no lo tenéis todo.
Vuestra no es
la palabra “siempre”. Y si por la boca muere el pez
la pesadilla muere
ahora
se deshace
sólo por ese pequeño
movimiento, esa manía rara,
esas palabras que sacan despeinado
de mis malos sueños, esa forma
de decir: eh, tú. TÚ.
Eh, tú, amigo.
Alejandro Ruiz Morillas. En Contra. Poesía ante la represión. Coordinadora Anti Represión de Murcia, 2016.
Imagen: Krzysztof Grzondziel
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