Quemo la comida con la madera de los muebles
y grito palabras terribles por las rendijas de la celda.
Pretendo domar el recuerdo de la intemperie,
asesinar a las negras mariposas del presagio,
reconducir el arroyo de los desagües,
sangrar al drago, tatuarme el alma.
Bárbaramente consumo amargos brebajes,
desperdicio los segundos sin oficio ni beneficio,
recorro a brincos las tapias del edificio en ruinas:
la catedral del silencio.
En las lindes de los bárbaros adoramos al fuego.
Quemamos. Todo lo quemamos.
Cauterizamos las heridas del corazón
con puras brasas y luego
ya no sentimos los arañazos del hambre.
Los bárbaros, mamá,
chupamos limones bien ácidos
después de los incendios.
En el rumor de la noche
cada una de las barbaridades
suena a estridulación
de negros ángeles escapados
de los grafitis de calles grisáceas.
Estoy con ellos, con los bárbaros,
para quemar los restos del día,
los restos de un dolor antiguo
creciente de cenizas.
Marina Aoiz Monreal. En Poesía y Resonancia. Voces del Extremo. Antología 2024. AA. VV. La Tortuga Búlgara, 2024.
Imagen: Odd Nerdrum
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