jueves, 1 de agosto de 2024

Sartor resartus


 

Aún hay gentes que visten tal cual son, pero la mayoría no lo hace como debe para que su tocado indique su alma. Yo no puedo sufrir que un rey pase a mi lado vestido igual que yo, que he sido condenado en nombre de uno. Ni que dejen la toga los fiscales al salir a la calle. Ni que se pida al Papa que vayan sus soldados como van los seglares. Ni que los militares, ni que los policías, puedan ir de paisano. Yo no puedo tragar no saber con quién voy cuando subo en el tren o en el tranvía, si con un asesino, si con un hombre bueno.

En este mundo pobre de cabezas donde hay tanto animal que cuida su fachada mejor que su vergüenza y su organismo, los rufianes confúndense con la gente decente. Quién es que en el teatro se sienta junto a mí ¿un hombre perseguido, un victimario? ¿Sería mi enemigo si supiese quien soy, y haría por perderme? ¿Sería hermano mío si me viera en peligro por la Idea? Esta duda terrible hace que muchos luchen con poca decisión, porque se creen solos, y porque ha hecho el mal más súbditos que el bien.

No hace el hábito al monje, como en Castilla dicen. Ni el traje presidiario hace al malvado. Pero esto que parece cosa superficial tiene mucha importancia: vístense como quieren y como les conviene, los esbirros: los oprimidos visten como pueden, y pueden pocas veces. La sociedad actual es obra de tiranos, todo el ambiente es obra de tiranos, y precisa un talento extraordinario para saber llamar a cada uno por su nombre. Contra la libertad está también el sastre, aunque inconscientemente.

 

 

Joan Salvat-Papasseit. Humo de fábrica. Galerías Layetanas, 1918.

Imagen: España, c. 1930.

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