pero sabía también que la belleza del símbolo, por muy verazmente preciso que pueda ser, nunca puede llegar a ser fin en sí misma, que siempre que esto ocurre y la belleza se pone en primer plano como fin de sí misma, el arte es atacado en sus raíces, ya que después su acción creadora se invierte sin remedio, que después, de repente, lo productivo es reemplazado por lo producido, el contenido de la realidad por la hueca forma, lo cognitivamente veraz por lo meramente bello, en constante confusión, en constante círculo de permuta e inversión, cuya concentración en sí mismo no permite ya ninguna renovación, sin ampliación ni descubrimiento de lo divino en lo abyecto, ni de lo abyecto en la divinidad del hombre; sólo la simple ebriedad con huecas formas, con huecas palabras, y en esa falta de diferenciación, más aún, en ese perjurio, envilecido el arte en no-arte, la poesía por su parte en literatura; verdaderamente, él sabía de esto, lo sabía muy dolorosamente,
y justamente por eso sabía también de los íntimos peligros de todo arte,…
Hermann Broch. La muerte de Virgilio. Versión de J. M. Ripalda sobre traducción de A. Gregori. Alianza, 1979.
Imagen: Andy Warhol. Suicide, 1964.
Yo había pintado aquel cuadro pensando en ellos y ellas, para ellos y ellas. Nos reunimos y lo contemplamos.
ResponderEliminar¿Lo habéis captado?
Sí... sí... sí, sí...
Y ante su estupefacta presencia, le prendí fuego.
El objeto quedó así concluido. La "obra" no.
Salud!
No sé por qué, pero esta fábula me ha hecho pensar también en la revolución. Salud, Loam!
Eliminar¿Sabes, profesor? La muerte de Virgilio me gustó más incluso que la propia Eneida.
ResponderEliminarQuizá porque eres más metafísica que épica, Chiloé. Salud!
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