“¿Hay alguien ahí?” preguntó el Viajero,
Llamando a la puerta en la noche;
Y mudo el caballo mordía la hierba
Del suelo tupido del bosque:
Y levantó un pájaro el vuelo en la torre,
Sobre la sombra del Viajero:
Golpeó la puerta por segunda vez;
“¿Hay alguien ahí?” preguntó de nuevo.
Nadie sin embargo bajó hasta el Viajero;
Ninguna cabeza al alféizar
Se asomó a mirar en sus ojos grises,
Perplejo y tranquilo a la espera.
Tan solo una hueste de atentos fantasmas
Que habitaba a solas la casa
Se alzó al escuchar en la calma nocturna
Esa voz de índole humana:
Se alzó y palpitó en la oscura escalera,
Que baja hasta el salón desierto,
Prestando atención en un aire inquietado
Al llamamiento del Viajero.
Él sintió en su pecho aquella extrañeza,
Aquel silencio ante su grito,
Su caballo agitado, pastando en lo oscuro,
Bajo el cielo de astros henchido;
Luego de repente golpeó la puerta
Más fuerte, la cabeza alta: –
“Decidles que vine, y nadie me abrió”,
Dijo “mantuve mi palabra”.
Ni una agitación hubo en los que oían,
Aunque cada palabra dicha
Hizo eco en las sombras de la casa en calma
Desde la única voz viva:
Ay, luego escucharon su pie en el estribo,
Y en las piedras el sonido férreo,
Y cómo al morir los cascos batientes
Volvió blandamente el silencio.
The Listeners
‘Is there anybody there?’ said the Traveller,
Knocking on the moonlit door;
And his horse in the silence champed the grasses
Of the forest’s ferny floor:
And a bird flew up out of the turret,
Above the Traveller’s head:
And he smote upon the door again a second time;
‘Is there anybody there?’ he said.
But no one descended to the Traveller;
No head from the leaf-fringed sill
Leaned over and looked into his grey eyes,
Where he stood perplexed and still.
But only a host of phantom listeners
That dwelt in the lone house then
Stood listening in the quiet of the moonlight
To that voice from the world of men:
Stood thronging the faint moonbeams on the dark stair,
That goes down to the empty hall,
Hearkening in an air stirred and shaken
By the lonely Traveller’s call.
And he felt in his heart their strangeness,
Their stillness answering his cry,
While his horse moved, cropping the dark turf,
’Neath the starred and leafy sky;
For he suddenly smote on the door, even
Louder, and lifted his head:—
‘Tell them I came, and no one answered,
That I kept my word,’ he said.
Never the least stir made the listeners,
Though every word he spake
Fell echoing through the shadowiness of the still house
From the one man left awake:
Ay, they heard his foot upon the stirrup,
And the sound of iron on stone,
And how the silence surged softly backward,
When the plunging hoofs were gone.
Walter de la Mare (1873-1956). Traducción: Conrado Santamaría.
Imagen: Remedios Varo. Ruptura, 1955.
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