La poesía asesinó a un cadáver,
decapitó al crujiente
señor de los principios principales,
hirió de muerte al necio,
al fugaz señorito de ala triste.
Escupió en su cabeza.
No hubo tiros.
Si acaso, sangre pálida,
desnutrida y dinástica,
o el purulento suero de los siempre esclavos.
Cayeron de sí mismas
varias pecheras blancas en silencio.
Se abrió el horizonte. Sonó el látigo
improvisado y puro.
Hubo un revuelo entre los mercaderes
del profanado templo.
Ya después del tumulto,
llegaron retrasadas cuatro vírgenes
de manifiesta ancianidad estéril.
Mas todo estaba consumado.
Huyó la poesía
del ataúd y el cetro.
Huyó a las manos
del hombre duro, instrumental, naciente,
que a la pasión directa llama vida.
Se alzó en su pecho, paseó sus barrios
suburbanos y oscuros,
gustó el sabor del barro o de su origen,
la obstinación mineral,
la luz del brazo armado.
Y vino a nuestro encuentro
con palabras distintas, que no reconocimos,
contra nuestras palabras.
José Ángel Valente. La memoria y los signos, 1960-1965. En Punto cero. Poesía 1953-1979. Seix Barral, 1980.
Imagen: Gabriele Mucchi. Gramsci in carcere, 1977.

No hay comentarios:
Publicar un comentario