martes, 25 de noviembre de 2025

Sin darme cuenta


 

…hacia un mundo oscuro

donde se huele el frío de la hoja

que corta tus alas, una y otra vez.

Rosa María Álvarez Zaiño

 

Mi madre me enseñaba a coser,

me acercaba a la tela y a la aguja

como quien abre un libro.

 

Recuerdo en la cocina un banquito

al que me subía para alejarme dos palmos del suelo

y gobernar de esa manera mágica

el perímetro cálido que me procuraba el fregadero,

soñando a ser una mujer, jugando a ser mi madre.

 

Me preparaba para ser útil como una lavadora

poniéndome una etiqueta donde leer las instrucciones.

Me regalaba planchas de juguete o un bonito plumero

para ir conociendo divinamente cuáles serían mis cosas.

Me educaba para ser la perfecta ama de casa,

con esa cotidiana aceptación, sin otro patrimonio

que dos manos muy gentiles y un útero maestro,

siendo fundamental que supiera parir primero al hijo,

y no perjudicar la hegemonía,

que ya éramos demasiadas mujeres llamando la atención

como para llegar primero al mundo de los hombres.

 

Ella, que era poema y haz de luz,

sonrisa y calidez, amiga y fuego,

no era capaz de ver que la vida

no consistía solamente en ser feliz

al colocar el bellísimo jarrón sobre la mesa.

 

 

Ana Deacracia. Diario de una loca. Wanceulen, 2022.

Imagen: Edgar Degas. Mujer con el jarrón oriental, 1872.

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