…hacia un mundo oscuro
donde se huele el frío de la hoja
que corta tus alas, una y otra vez.
Rosa María Álvarez Zaiño
Mi madre me enseñaba a coser,
me acercaba a la tela y a la aguja
como quien abre un libro.
Recuerdo en la cocina un banquito
al que me subía para alejarme dos palmos del suelo
y gobernar de esa manera mágica
el perímetro cálido que me procuraba el fregadero,
soñando a ser una mujer, jugando a ser mi madre.
Me preparaba para ser útil como una lavadora
poniéndome una etiqueta donde leer las instrucciones.
Me regalaba planchas de juguete o un bonito plumero
para ir conociendo divinamente cuáles serían mis cosas.
Me educaba para ser la perfecta ama de casa,
con esa cotidiana aceptación, sin otro patrimonio
que dos manos muy gentiles y un útero maestro,
siendo fundamental que supiera parir primero al hijo,
y no perjudicar la hegemonía,
que ya éramos demasiadas mujeres llamando la atención
como para llegar primero al mundo de los hombres.
Ella, que era poema y haz de luz,
sonrisa y calidez, amiga y fuego,
no era capaz de ver que la vida
no consistía solamente en ser feliz
al colocar el bellísimo jarrón sobre la mesa.
Ana Deacracia. Diario de una loca. Wanceulen, 2022.
Imagen: Edgar Degas. Mujer con el jarrón oriental, 1872.
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