Las primeras noticias que tuve de los hombres fueron las bombas.
Nadie tenía tiempo entonces para pensar en las responsabilidades del mundo ante los ojos abiertos de un niño.
Pasábamos los días corriendo de casa al refugio y del refugio a casa. Me escapé del refugio una tarde, en pleno bombardeo. Fue entonces cuando vi por vez primera morir a un hombre. Un ruido tremendo, ¡buuum!, un aluvión de cascotes; un hombre por el aire que aterrizó con la cabeza destrozada. La cabeza del hombre no abandonó durante mucho tiempo mi memoria. Volvía una y otra vez a mis sueños, de los que me despertaba dando gritos.
Mi padre estaba en el frente. Mi madre se pasaba el día entero en las colas a la espera del azar. Mi hermano iba con ella. Yo me quedaba en casa con mi tío Juan. Tío Juan estaba enfermo. Había que atarle a la cama para que no se marchara. Él también quería irse a la guerra.
Miguel Salabert. El exilio interior. Edición de Isabel Touton y Germán Labrador. Epílogo: Juana Salabert. Hoja de lata, 2025.
Imagen: Madrid, 1937.