Regresan cada día
como en una marea de
escombros maniatados,
a esta tierra de nadie
sumergida en las grutas del
espanto,
en garajes sin alma
donde depositaron
los hondos parietales,
los cráneos encendidos,
la clavícula trémula de una
niña sin nombre.
Tras los muros de esta
ciudad insomne
se ocultan unos cuerpos unos nombres
que no sobrevivieron
a alguna despedida.
Bajo la piedra
se esconde un cauce oculto
un manantial de cal
itinerante,
un corazón talado
que sangra todavía.
Al cruzar aquel último
despeñadero del olvido
creíste regresar, por un
instante,
al patio de la infancia,
al corredor sin odio
al solar donde habita la
alegría.
Aquella venda muerta
desfiguró tu rostro.
Vísceras desprendidas.
Tu corazón entonces
se llenó de alimañas.
Y, sin embargo,
oías
con toda claridad
el murmurar del sol
prendiendo en la hojarasca
de tus días.
Mientras,
aquel dolor también amanecía
como un perro sin nombre.
Hoy sangre apaleada
mañana serán hombres
precipitados a vacío.
Hoy noche apedreada demolida,
mañana serán sombras
que derraman su luz por los
caminos.
El borde de la pala arañando
la piedra
su áspero quejido,
como si machacaran
un racimo de cerezas con la
bota.
Aquella venda muerta
y un pequeño latido
en el fondo del agua.
Rosana Acquaroni. Discordia de los dóciles, 2011. En Contra. Poesía ante la represión.
Coordinadora Anti Represión de Murcia, 2016.
Imagen: Débora Arango. El cementerio de la chusma, 1951.