jueves, 31 de octubre de 2019

LOS GRANDES TIBURONES


Nosotros que quisimos entregarnos

a la Teoría de la Literatura, recorrer

el prodigioso siglo XX en las obras tenaces

de formalistas, marxistas, o deconstructivistas,

etcétera etcétera henos aquí

rodeados de tiburones. Mira, fíjate,

una metáfora, dice alguien. Pero qué va:

los tiburones son reales.




José Daniel Espejo. Música para ascensores. Editora Regional de Murcia, 2007.

Imagen: Robert Frank. Londres, 1951.

miércoles, 30 de octubre de 2019

YO NACÍ EN EL CUARENTA


In memoriam
Rolf Dieter Brinkmann,
Yosif Brodsky,
John Lennon,
adelantados de la quinta del 40.


En los años cuarenta de este siglo que acaba

no mejor que empezó

con sus dos equis

siempre sin resolver

la humanidad se asesinaba en grandes dosis

e inventaba artilugios y sistemas

que incrementaran su capacidad

de arrase y exterminio

geométricamente

con gran éxito.


Decenas de millones de muertos confirmaron

los avances de la tecnología

–veinte siglos de civilización

sirven de mucho–

y reavivaron las economías

de sus abanderadas patrias

y hasta del tercer mundo

de rebote.


Y ganaron los buenos

como siempre.


En los años cuarenta

cuando los de mi edad éramos niños

en España

fuimos todos católicofranquistas

por decreto y muy en especial

los hijos de los rojos

y de republicanos y de ateos

huidos depurados o enterrados.


Se nos amaestraba a tal efecto.


Educadores eran

unos curiosos boy-scouts fascistas

los txapelgorriak de calzón corto

y serio azul mahón


y curas muchos curas

y frailes muchos frailes

y monjas muchas monjas

y las autoridades

de todo tipo y uniforme

y el miedo en general.


Algunos pese a todo

pocos

afortunados

ni alzamos nunca el brazo

ni cantamos el himno

cara al sol de justicia

ni desfilamos nunca

ni vestimos de azul


pero eso sí cantamos

en latín cantamos en romance

las glorias de la corte celestial

desfilamos

en lentas procesiones

con flores a maría

con velas a porfía

y confesamos

y comulgamos los primeros viernes

rezamos de rodillas

cumplimos penitencias

y monaguilleamos roquetes e incensarios

cíngulos y navetas

vinajeras y cálices

sacristías y hostias.


Con las primeras pajas

y las primeras novias

y los primeros libros

prohibidos

nos volvimos ateos

y nos pareció el mundo algo más habitable

lejos de las sotanas

y de los uniformes.


Y nos hicimos revolucionarios.


Cuatro gatos

y pardos.


Y consistía

la revolución

en reunirnos misteriosamente

dándonos nombres falsos

en redactar extraños documentos

de difusión dudosa

en leer a los clásicos

–el ebreuccio tedesco y sus discípulos–

en infiltrarnos subrepticiamente

en organizaciones

estatales legales sindicales

en realizar grafitti en blanco y negro

y en ciertas ocasiones

agruparnos en calles previamente anunciadas

para darnos el gusto de correr

delante de los cuernos

de grises policías de palo y tente tieso

–los destripaterrones reciclados

para ordenar al público

los muertos de hambre de la panza llena

porra gorra y mazmorra.


Nosotros

señoritos

liberaríamos a la clase obrera

derrotaríamos al imperialismo

última fase del capitalismo

tigre con pies de barro

construiríamos

el socialismo.

Todo estaba muy claro.


No minimizo lo que hicimos.

Excesivo sería ensalzarlo no obstante.

Las circunstancias eran

más altas

que nosotros.


Navegábamos

en el sentido de la historia o sea

contra viento y marea

a contrapelo

y con encontronazos

así que si acertamos

sólo fue en una cosa

en predecir que el viejo general

no iba a ser inmortal.


Pero aun así duró una eternidad.


Luego vino la historia

de después de la historia

ésta que un nipoamericano dice

que ha llegado la the end

o sea

lo que pasa.


El curriculum lutae les ha servido a algunos

para saborear las mieles del poder

–también la miel con erre–

a otros para triunfar en las pantallas

en los papeles en los hemiciclos

en los burdeles oficiales.


Otros los menos listos los más los menos válidos

para el afane y la cucaña

rompimos el carnet

de excombatientes

y nos incorporamos a la vida.


Y cada cual se las bandea como puede

en la jungla de plástico

donde aún es posible sin triunfar

no avergonzarse por la mañana ante el espejo

y vivir de un trabajo

y no deberle nada a nadie.


Sin la excusa de dios

y sin la excusa de la revolución

no elegir la rapiña y el cinismo

resulta más difícil

pero tiene más mérito

alegra el cuerpo

y yo estoy convencido

de que aclara el espíritu

y aviva el corazón.


De aquí a cien años dicen

todos calvos.

Que al menos

el recuerdo que deje

lo que fuimos

los que vengan lo adopten

lo hagan suyo

y siga incorruptible

en sus adentros.





Jesús Munárriz. Corazón independiente, 1998. En Materia del asombro. Antología, 1970-2015. Selección de Francisco Javier Irazoki. Hiperión, 2015.

Imagen: Chema Madoz

lunes, 28 de octubre de 2019

Sustancias obtusas


            Tres días anduve con los soldados sin despegar los labios, pues aquellas acémilas evitaban cuidadosamente la responsabilidad del vocablo. Cuando acampábamos, se rascaban, hurgaban su calzado, calculaban su salario o jugaban con dados, rehuyendo mi trato, por lo cual supe que la gente de estaca era impenetrable, inasequible e inconvencible. A la cuarta jornada, no pudiendo remediar la curiosidad y tentación de oírles, suceso que yo sospechaba imposible, decidí aventurarme.

            –¿Por qué sentís tan gran inapetencia por la plática? ¿Os negó vuestro Dictador (1)  despacho de discurrir? –pregunté.

            –Déjate de elocuencias –respondieron–. No somos hombres de palabras, sino de acción y porte (2). A una Gobernación servimos y una Gobernación nos paga, sufrimos hambre, fatiga, sueño y otros padecimientos, comemos, descansamos y dormimos. Nada más sabemos.

            –En verdad que parecéis impávidos y obtusos. ¿Os viene el talante de la tradición? –insistí.

            –Calla y no vuelques tu irritación sobre inocentes, pues no fuimos nosotros, sino el alcalde, quien ordenó tu apresamiento. Allá él, tú y los mandarines con vuestras cuestiones –sentenciaron.

(….)




(1) Vuestro Dictador: Los soldados dependían de la Comparecencia Moderadora.

(2) Acción y porte: Hacia el año 87890, cierto Domicilo, Asimilado a escribanillo de las legiones, compuso una «Estética del Temor», después adoptada como Reglamento por la gente de estaca. Entre otras cosas, decía: «Llamo temor al miedo anterior y reverente que engendramos en los demás, determinando su comportamiento. Para generar temor en el Pueblo, hemos de demostrar constante porte»… «El porte exige columna vertebral enhiesta, cabeza alta, nuca pelada, rostro endurecido, vista al frente, rictus despectivo, paso ruidoso»… El Talabartero Autodidacto, personaje heterodoxo, dedicó un largo estudio a la «Estética del Temor», que consideró «modelo en el análisis de las actitudes y disfraces humanos».




Miguel Espinosa. Escuela de Mandarines. Editorial Regional de Murcia, 1992. (Primera edición, 1974)