Tres días anduve con los soldados sin despegar los
labios, pues aquellas acémilas evitaban cuidadosamente la responsabilidad del
vocablo. Cuando acampábamos, se rascaban, hurgaban su calzado, calculaban su
salario o jugaban con dados, rehuyendo mi trato, por lo cual supe que la gente
de estaca era impenetrable, inasequible e inconvencible. A la cuarta jornada,
no pudiendo remediar la curiosidad y tentación de oírles, suceso que yo
sospechaba imposible, decidí aventurarme.
–¿Por qué sentís tan gran inapetencia por la plática? ¿Os
negó vuestro Dictador (1) despacho de discurrir? –pregunté.
–Déjate de elocuencias –respondieron–. No somos hombres
de palabras, sino de acción y porte (2). A
una Gobernación servimos y una Gobernación nos paga, sufrimos hambre, fatiga,
sueño y otros padecimientos, comemos, descansamos y dormimos. Nada más sabemos.
–En verdad que parecéis impávidos y obtusos. ¿Os viene el
talante de la tradición? –insistí.
–Calla y no vuelques tu irritación sobre inocentes, pues
no fuimos nosotros, sino el alcalde, quien ordenó tu apresamiento. Allá él, tú
y los mandarines con vuestras cuestiones –sentenciaron.
(….)
(1) Vuestro
Dictador: Los soldados dependían de la Comparecencia Moderadora.
(2) Acción
y porte: Hacia el año 87890, cierto Domicilo, Asimilado a escribanillo de las
legiones, compuso una «Estética del Temor», después adoptada como Reglamento
por la gente de estaca. Entre otras cosas, decía: «Llamo temor al miedo
anterior y reverente que engendramos en los demás, determinando su
comportamiento. Para generar temor en el Pueblo, hemos de demostrar constante
porte»… «El porte exige columna vertebral enhiesta, cabeza alta, nuca pelada,
rostro endurecido, vista al frente, rictus despectivo, paso ruidoso»… El
Talabartero Autodidacto, personaje heterodoxo, dedicó un largo estudio a la
«Estética del Temor», que consideró «modelo en el análisis de las actitudes y
disfraces humanos».
Miguel Espinosa. Escuela de Mandarines. Editorial
Regional de Murcia, 1992. (Primera edición, 1974)
"Toda orden deja en aquel que está obligado a ejecutarla un penoso aguijón. Sobre la naturaleza de estos aguijones, que son indestructibles, trataremos más adelante. Hombres a quienes se les está dando constantemente órdenes y que están colmados de desazón, experimentan una poderosa pulsión a deshacerse de ella.
ResponderEliminarDe dos maneras puede alcanzarse esta liberación: pueden transmitir
las órdenes que han recibido de arriba hacia abajo; para eso debe haber inferiores que estén dispuestos a recibir órdenes de ellos."
"«Una orden es una orden»: puede que el carácter definitivo e
indiscutible propio de la orden sea la causa de que se haya
reflexionado tan poco sobre ella. La aceptamos como algo que
siempre ha existido tal cual es, nos parece tan natural como
indispensable. Desde pequeños estamos acostumbrados a escuchar
órdenes, ellas configuran buena parte de lo que llamamos educación; toda la vida adulta está también impregnada de ellas, ya se trate de las esferas del trabajo, de la lucha o de la fe. Apenas si nos hemos preguntado qué es propiamente una orden; si en realidad es tan simple como parece; si a pesar de la rapidez y facilidad con que obtiene lo que espera, no deja otras huellas más profundas, quizá incluso hostiles, en la persona que la ejecuta.
La orden es más antigua que el lenguaje, si no, los perros no podrían entenderla. El adiestramiento de animales se basa
precisamente en el hecho de que estos, sin conocer lenguaje alguno, aprenden a comprender lo que deseamos de ellos. En órdenes breves y muy claras, que en principio en nada se diferencian de las que se imparten a las personas, el adiestrador va manifestándoles su voluntad."
"Lo primero que llama la atención en la orden es que provoca una acción. Un dedo extendido que señala en una dirección puede tener el efecto de una orden: todos los ojos que perciben el dedo se vuelven en la misma dirección. Parecería que lo único importante en la orden fuera la acción que provoca, cuya orientación está determinada. Desplegarse en una dirección es particularmente relevante; invertirla resulta tan inadmisible como modificarla.
ResponderEliminarEs propio de la orden no admitir desacuerdo alguno. No es lícito discutirla, explicarla ni ponerla en duda. Es clara y concisa, pues debe ser entendida de inmediato. Un retraso en la recepción perjudica su fuerza. Con cada repetición no seguida de su ejecución, la orden va perdiendo algo de su vida; al cabo de un tiempo yace por tierra, exhausta e impotente, y en ese caso es mejor no revivirla.
Porque la acción que la orden provoca está ligada a su instante. Aunque pueda ser fijada para un momento posterior, tiene que estar determinada, ya sea en forma expresa, ya sea implícitamente en su propia naturaleza.
La acción que se ejecuta bajo una orden es distinta de todas las demás acciones. Es percibida como algo extraño; su recuerdo nos roza como algo ajeno, como una ráfaga de viento que pasara fugazmente a nuestro lado. Puede que la rapidez de ejecución que exige una orden contribuya a que la recordemos como algo extraño; pero esto solo no basta para explicarlo. Lo que cuenta es que la orden provenga de fuera. A nosotros solos no se nos habría ocurrido. Forma parte de aquellos elementos de la vida que nos son impuestos; nadie los desarrolla dentro de sí mismo. Incluso cuando de pronto surgen personas aisladas con una enorme cantidad de órdenes e intentan con ellas fundamentar una nueva fe o renovar una antigua, tales personas mantienen siempre estrictamente la apariencia de una carga extraña e impuesta. Nunca hablarán en su propio nombre. Lo que exigen a los demás les ha sido encomendado; y por mucho que mientan en algunas cosas, en este único punto serán siempre sinceros: creen haber sido enviados."
"Toda orden consta de un impulso y un aguijón. El impulso obliga al receptor a ejecutarla de conformidad con su contenido; el aguijón permanece en aquel que ejecuta la orden. Cuando las órdenes funcionan normalmente, como se espera de ellas, el aguijón permanece invisible. Es secreto, insospechable; quizá se exteriorice, casi imperceptiblemente, en una leve resistencia antes de obedecer la orden.
ResponderEliminarPero el aguijón penetra profundamente en la persona que ha ejecutado una orden y allí permanece, inalterable. Entre todos los elementos psíquicos que nos configuran, no hay ninguno que sea más inmutable. El contenido de la orden queda conservado en el aguijón; su fuerza, su alcance, sus limitaciones, todo ha sido prefigurado para siempre en el momento en que se imparte la orden.
Pueden pasar años y décadas hasta que esa parte hundida y almacenada de la orden, su réplica en miniatura, salga nuevamente a la luz.
Pero es importante saber que ninguna orden se pierde jamás, nunca se acaba realmente con su ejecución, es almacenada para siempre."
"Entre quienes reciben órdenes, los más afectados por ellas son los niños. Parece un milagro que no se derrumben bajo la carga de cuanto les ordenan y sobrevivan al hostigamiento de sus educadores. Que todo eso lo transmitan más tarde a sus propios hijos, y que lo hagan con no inferior crueldad, resulta tan natural como masticar y hablar. Pero lo que siempre nos sorprenderá es que las órdenes permanezcan intactas desde la más temprana infancia: en cuanto aparecen las víctimas de la siguiente generación, vuelven a estar ahí. Ninguna orden ha sufrido la menor alteración; podría haber sido impartida una hora antes y sin embargo hace veinte, treinta o más años que lo fue. La fuerza con la que el niño recibe órdenes, la tenacidad y fidelidad con que las conserva, no es un mérito individual. Ni la inteligencia ni ningún otro talento especial tienen nada que ver con ello. Ningún niño, por normal que sea, pierde ni perdona ninguna de las órdenes con las que fue maltratado."
ResponderEliminarElías Canetti - Masa y poder
Salud!
Gracias, Loam, por estas ideas de Canetti, que dan para largas reflexiones sobre la cuestión del mandar y del obedecer. Dos cosas: el triunfo de la sociedad disciplinaria que sufrimos, que ha conseguido que gran parte de las órdenes que acatamos ya no parece que vengan de fuera, que sean algo impuesto, sino que las hemos interiorizado y hecho nuestras, y defendemos nuestra servidumbre como si fuera parte del orden natural de las cosas. Quizá ese aguijón del que habla Canetti sea el extendido número de neurosis que hay en esta sociedad. Y, por otro lado, también me acuerdo de la “banalidad del mal” de Hannah Arendt: dimitir de la propia conciencia, cuando se cumplen órdenes de arriba, sin plantearse si son justas o injustas. En el fondo esto es el origen y el mecanismo de funcionamiento del fascismo. Salud y de nuevo gracias.
ResponderEliminarNo hay de qué, Conrado, un placer, como siempre.
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