Me encontré de regreso en la
ciudad sepulcral donde me molestaba la vista de la gente apresurándose por las
calles para sacarse un poco de dinero unos a otros, para devorar sus infames
alimentos, para tragar su insalubre cerveza, para soñar sus insignificantes y
estúpidos sueños. Se entrometían en mis pensamientos. Eran intrusos cuyo
conocimiento de la vida era para mí una irritante pretensión, porque yo estaba
seguro de que era imposible que supieran las cosas que yo sabía. Su conducta,
que era simplemente la conducta de individuos vulgares ocupándose de sus
negocios con la certeza de una perfecta seguridad, era ofensiva para mí, como
ultrajantes ostentaciones de insensatez ante un peligro que es incapaz de
comprender. No tenía ningún deseo especial de ilustrarles, pero me resultaba
bastante difícil contenerme y no reírme en sus caras, tan llenas de estúpida
importancia.
Joseph Conrad. El corazón de las tinieblas. Alianza,
1976. Traducción: Araceli García Ríos e Isabel Sánchez Araujo.
Imagen: William Klein
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