domingo, 31 de diciembre de 2023

Hotel animal


 

El hotel de las vacas está en el campo. Aglutinadas entre el barro y sus propios excrementos tienen más suerte que los cerdos que aún viven en pequeñas aldeas anarquistas.

Una compleja infraestructura sirve el hotel de la vaca: le transportan los víveres elaborados especialmente, mecánicos de animales revisan a diario los sistemas del animal despensa; cabezas de hombre administran –como místicos del metal– los valores de su presente y de su futuro. (Debido al juicio osado del hombre, las escaleras a las que pueden acceder las vacas solo dan al infierno).

Las vacas rumean su desdicha y olvidan el paisaje que se levanta a su lado; balancean sus mandíbulas mecánicas indiferentes de la frescura que entra en su boca anulada de estímulos, vacía de paladar. Lejos de su estancia, de su orbe pequeño e ignorado, en la ciudad del hombre se hunde el infierno de las vacas. Es allí, donde nace el verdadero espíritu del rumiante, donde se la ve hermosa en frascos y carteles, donde sigue inmóvil pero feliz. Complejo “infierno florido” del hombre, donde se la retrata atractiva mientras se pasea con sus vísceras, arrancada para siempre del monstruo impávido que era, fruta de carne dentro de una bolsa plástica donde se reencuentra por última vez con su pasado, descuartizada por las veredas de la ciudad.

Quizás, en el plástico de la bolsa, la vaca siga viva, y en la sangre que dejó el carnicero, se conciban un sueño y una profecía: el augurio metálico del cabeza de hombre y la utopía de libertad del animal dormido.

 

 

Juan Pablo Moresco. Animales domésticos. Yaugurú, 2017.

Imagen: Prudence Upton. Crush, Group Branch Nebula, 2020.

sábado, 30 de diciembre de 2023

LA FLECHA


 

No importa que la flecha no alcance el blanco.

Mejor así.

No capturar ninguna presa,

no hacerle daño a nadie,

pues lo importante

es el vuelo, la trayectoria, el impulso,

el tramo de aire recorrido en su ascenso,

la oscuridad que desaloja al clavarse,

vibrante,

en la extensión de la nada.

 

 

José Emilio Pacheco. Islas a la deriva, 1975. En Islas a la deriva. Poesía III (1973-1978). Visor, 2011.

Imagen: Kim Hong-do. Fecha desconocida.

viernes, 29 de diciembre de 2023

ME OFRECES SIEMPRE DUDAS / OFERECES-ME SEMPRE DÚVIDAS


 

Para Amalia, con toda certeza

 

Quizás no quede nadie más allá de la noche,

quizás las vestiduras se rasgan en silencio,

quizás las amapolas han sido siempre sangre.

 

Me ofreces siempre dudas como quien da un abrazo,

un abrazo tendido en el andén desierto,

el tren en la distancia, la maleta olvidada.

 

Me ofreces siempre dudas como si fuera un ramo

de flores luminosas en la niebla del puerto,

el barco en la distancia, la sirena sonando.

 

Me ofreces siempre dudas,

y yo te lo agradezco

y me quedo contigo a construir la casa

e hincar nuestra bandera cuando cubramos aguas,

para que el viento tenga colores donde asirse.

 

Me ofreces siempre dudas como quien da sustento,

como quien da horizonte al viajero esperado.


 

OFERECES-ME SEMPRE DÚVIDAS

 

Para a Amália, com toda a certeza

 

Talvez não reste ninguém para além da noite,

talvez as vestimentas se rasguem em silêncio,

talvez as papoilas tenham sido sempre sangue.

 

Ofereces-me sempre dúvidas como quem dá um abraço,

um abraço estendido no passeio deserto,

o comboio na distância, a mala esquecida.

 

Ofereces-me sempre dúvidas como se fosse um ramo

de flores luminosas na névoa do porto,

o barco na distância, a sirene soando.

 

Ofereces-me sempre dúvidas,

e eu agradeço-te

e fico contigo a construir a casa

e a fincar a nossa bandeira quando a cobrirmos,

para que o vento tenha cores onde se agarrar.

 

Ofereces-me sempre dúvidas como quem dá sustento,

como quem dá horizonte ao viajante esperado.

 

 

Conrado Santamaría Bastida. La noche ardida, 2017.  En Y no cejar / E nâo recuar. Antología (2011-2021). Traducción Carlos d`Abreu. Caraba Ibérica, 2022.

Imagen: Vincent van Gogh. La noche estrellada, 1889.

jueves, 28 de diciembre de 2023

Susurro de la piel abismal del mar


 

El mar descansaba digiriendo ya su ingesta.

Animal echado

al vaivén del respirar.

Tendido en su pelaje,

flotan enfermos hombres

que han sobrevivido.

Están con piernas desaparecidas en aguas,

aferrados a la trama del hálito:

al susurro de esa piel

abismal de mar.

Aquí no hay roca sino agua.

Agua y nada de agua.

Y la marea es el camino. La marea como una mancha desde allá arriba,

desde satélites.

Que serán chatarra, marea y nada de agua.

Si hubiera agua en el agua no moriríamos de sed.

Y sin embargo

moriremos de nada de agua en el agua.

Porque no hay vaso ni grifo en la marea.

Y no me puedo poner de pie,

a pensar por qué flotamos en la maraña.

Somos pesca plástica en vísceras de gaviota:

gaviota parca, gaviota calavera, gaviota muerta de hambre.

Nosotros,

fabricantes de alimento.

Veo los ojos del pingüino que arde como una madera negra

mientras salta torpe como un mensaje que nunca llega:

veo los ojos del pingüino rodeados por el fuego

que salta sobre la madera para rodear al vidrio del mensaje que nunca llegará.

La marea arrastra el teclado muerto en falanges de textos amputados.

Porque aquí no se puede estar ni sentado ni parado:

siquiera hay silencio en la marea.

Sino una hamaca insolada, ultravioleta y cándida como la esperanza.

Todos pelean por gritar tierra a la vista.

Pelean, y algunos sobresalen entre perros y ratas.

Y se abrazan a un huevo.

 

 

Martín Barea Mattos. Made in China. Estuario, 2016.

Imagen: Odd Nerdrum