miércoles, 29 de mayo de 2013

Alemania


            Que otros de sus vergüenzas
            hablen, yo hablo de la mía. 

¡Oh, Alemania, pálida madre!
Qué ensuciada te sientas
entre los pueblos.
Entre los impuros
sobresales. 

De tus hijos el más pobre
yace asesinado.
Cuando su hambre era grande
tus otros hijos
levantaron su mano contra él.
Eso se ha divulgado. 

Con esas manos en alto
alzadas contra su hermano
ahora se pasean descarados ante ti
y ríen en tu cara,
eso se sabe. 

En tu casa
se grita a voces lo que es mentira
pero la verdad tiene que callar.
¿Es así? 

¿Por qué por doquier te alaban los opresores, pero
los oprimidos te acusan?
Los explotados
con sus dedos te señalan, ¡pero
los explotadores alaban el sistema
que en tu casa fue concebido! 

Y además te ven todos
esconder la punta de tu falda, que está manchada
con la sangre de tu
mejor hijo. 

Oyendo los discursos que salen de tu casa, se ríen.
Pero quien te ve, coge el cuchillo
como cuando ves a una ladrona. 

¡Oh, Alemania, pálida madre!
¡Cómo te han maltratado tus hijos
para que te sientes entre los pueblos
como una burla o un terror! 



Bertolt Brecht. Más de cien poemas. Hiperión, 2005. Traducción: Vicente Forés, Jesús Munárriz y Jenaro Talens.

lunes, 27 de mayo de 2013

Lluvia temprana



El desastre, la resignación, el deseo de perder
para descansar, no merecen la pena.
(Belén Gopegui: El lado frío de la almohada, 2004)



Esperan que te rindas. 

Que devuelvas las canciones a sus cuartos. 

Que lenta y pobremente
atiborres sus rincones con cristales 

y apartes de tus hijos la visión de una revuelta. 

Esperan que claudiques
–seas piel, dentada o marzo. 

Que suavemente caigas.
Que así tu rendición. 

No les libres de la piedra que respira en tus manos.
No les venzas los ojos. 

Nada dice
de la lluvia temprana que va a abatir las puertas,


nada
de ese incendio intacto y por venir. 

La tormenta, compañero, llegará. 

Contra todos los pronósticos,
menos tarde que temprano,
–seas piel, dentada o marzo–
el ciclo de las lluvias / llegará. 




Enrique Falcón. Porción del enemigo. Calambur, 2013.

Imagen: Saul Landell.

viernes, 24 de mayo de 2013

Llegada a la estación de Ávila


Ávila, como tu aire
tan sano no lo hay, pero no vengo
a curarme de nada, aunque una cura
le iría bien a mi pulmón, tras estos
años en mala tierra.
Ya hemos llegado. Adiós. ¿A la cantina,
a engrasar bien el pecho,
a lavarlo del humo del viaje?
Allí está, es otra, es nueva; vamos juntos.
Buena es esta costumbre
—eh, tú, o alegras esa cara
o te vas. Canta, habla, bulle
aunque no oigamos nada, sino ruido,
bébete ya ese vaso
sin fondo, aunque en él nunca baile el agrio
mosto picado de la vida,
danos la mano, abrázanos a todos
sin miedo, aunque en tus brazos
tan sólo el aire…
Como en los nuestros. Bueno es cualquier sitio
para hacer amistades, pero éste
es el único que hoy nos queda abierto.
¡De prisa! Un gesto llano
y basta: una patria, un río, estrellas, todo el mundo,
esta región inmensa y sin conquista
que es el hombre, hela: tuya.
Y aunque pongas tu vida junto a la noche
siempre amanecerá. ¡Suelta el bocado
soso y frío del miedo! Cuando llegue
con más ternura que la luz de invierno,
tú saldrás por las calles, y tus ojos
repicarán, y aún a pesar tuyo
con mirar con limpieza estarás limpio.
Amigo del buen tiempo,
llegó el vareo del olivo,
el mejor mes para trucha. Dicen
que la que bien se ve ésa no se pesca
y así nosotros vemos
lo que jamás poseeremos,
pero en el río turbio de tu soledad, pon
el corazón por cebo
que algo picará un día; quizá un poco
de amor para tu mesa sobria, un cálido
visitante invernal para tu casa.
¿Ves cómo nuestro anillo
de alianza es de espuma
de plata, de humo
de tren? Esto es hermoso.
Aquí ya no hay banderas,
el traje mal cosido de una raza perdida.
Con amor y con luto,
lejos de donde hicimos bodas de sombra y noche,
hagamos hoy con nuestra orfandad blancos
lazos para las palmas de todos los balcones,
de esta saliva de vagón, la hermosa
lágrima fiel del niño.
Ya no habrá ningún rey
en el cielo sin nubes de nuestra gran pobreza,
rica, azul para siempre.
Ya no habrá quien nos cante
porque nosotros somos ahora el cántico,
la campana, la fábrica, el sustento.
Cuando dentro de poco llame a nuestras oscuras
puertas el sol, la faena
diaria, un bello viaje
sin distancia ni tiempo,
una gesta inmortal nacida aquí, en la tierra,
el corazón emprenderá animoso,
sin deudas ya, por tierras sin murallas,
sin ese medallón de barro seco
de la codicia, al alba,
con los primeros gallos encendidos.
Basta ya. No son horas
de sermón, aunque sí de lengua suelta.
Ávila, como tu aire
tan sano no lo hay, y este vinillo
se nos cuela con él en hondo oreo.
Recién venidos y un momento justos,
¡fuera de aquí quien nos recuerde ahora
esa voraz caída de la noche
sobre los altos campos
de nuestra tierra! 



Claudio Rodríguez. Poemas laterales. Fundación César Manrique, 2006

domingo, 19 de mayo de 2013

Viniere el malo, con un trono al hombro...




Viniere el malo, con un trono al hombro,
y el bueno, a acompañar al malo a andar;
dijeren «sí» el sermón, «no» la plegaria
y cortare el camino en dos la roca...

Comenzare por monte la montaña,
por remo el tallo, por timón el cedro
y esperaren doscientos a sesenta
y volviere la carne a sus tres títulos...

Sobrase nieve en la noción del fuego,
se acostare el cadáver a mirarnos,
la centella a ser trueno corpulento
y se arquearen los saurios a ser aves...

Faltare excavación junto al estiércol,
naufragio al río para resbalar,
cárcel al hombre libre, para serlo,
y una atmósfera al cielo, y hierro al oro...

Mostraren disciplina, olor, las fieras,
se pintare el enojo de soldado,
me dolieren el junco que aprendí,
la mentira que inféctame y socórreme...

Sucediere ello así y así poniéndolo,
¿con qué mano despertar?
¿con qué pie morir?
¿con qué ser pobre?
¿con qué voz callar?
¿con cuánto comprender, y, luego, a quién?

No olvidar ni recordar
que por mucho cerrarla, robáronse la puerta,
y de sufrir tan poco estoy muy resentido
y de tánto pensar, no tengo boca.



César Vallejo. Poemas humanos. Obra poética completa. Alianza, 1988
Imagen: Roger Ballen. Herman with a Hammer, 1997.

viernes, 17 de mayo de 2013

La certeza

El perro va detrás

de vuelta a casa

la pelota en la boca

niño para siempre

congelado en su docilidad.

Llega a la esquina y la dobla

sin asombro, sin duda.

Como su amo, ha aprendido

a esperar en los semáforos

a conocer el momento para cada cosa

a aceptar la realidad cortada en trozos

a tragar las convenciones de un bocado.





Ana Pérez Cañamares. Alfabeto de cicatrices. Baile del sol, 2010

Imagen: Joseph Stevens. Perro llevando la cena a su amo.

miércoles, 15 de mayo de 2013

“Poesía contemporánea”


Medito a veces
en la triste materia de mi canto. 

Bien sé que hay muchos, soñadores
(como yo rodeados de desgracia y caminos),
por entre nubes blancas, con sus ángeles
abanicando tímidas
alas prerrafaelistas, lejos;
que quizá en el estío
cultivan la nostalgia de la lira imposible,
decoran las palabras, sumisas como rombos
de plaza pobre en farolillos
de verbena y papel colorín colorado. 

Oh Dios, cómo desamo,
cómo escupo y desprecio
 a esos cobardes, envenenadores,
vendedores de sueños, mientras ponen
sedas sobre la lepra, ilusión sobre engaños, iris
donde no hay más que secas piedras.
Esclavos, menos aún, bufones de esclavos. 

Malditos una y siete veces,
en nombre de la vida, aunque juren que aumentan
la belleza del mundo; en verdad,
la belleza del mundo no precisa
ser aumentada ni disminuida
con sus telas. Lo que necesitamos
es una luz, es un desnudo brazo
que señale las cosas. La poesía es eso:
gesto, mirada, abrazo
de amor a la verdad profunda.
Ay, ay, lo que yo canto
miradlo en torno y despertad: alerta. 

Ahí están, reunidos

en sociedad devoratoria y número.
(Llamar bestia asesina
al que, como el pesado
elefante del sátrapa
hunde la pata hasta estrujar el rostro
que niega; ladrón vil
al emplumado grajo de cadáveres;
canalla al miserable…
acaso sepa a música
derrotada, a lamento
débil. A lo que no queremos.)
Pero nombrar no es sueño. 

No sigáis las palabras. Contra ellos
yo canto hombres que tienen las titánicas caras
talladas como a látigo: sonríen
al dolor, pero miran
al sol, y aprietan
los firmes dientes. Y ya acabo.
(Esto no es un poema; son palabras
apretadas también, con saña.) Adiós. Es tiempo
de no plantar rosales. ¡Acordaos! 



Eugenio de Nora. Sustancia de la tierra. Antología poética. Edilesa, 2007.
Imagen: Eduardo Zamacois y Zabala. Bufones jugando al Cochonnet.