viernes, 24 de mayo de 2013

Llegada a la estación de Ávila


Ávila, como tu aire
tan sano no lo hay, pero no vengo
a curarme de nada, aunque una cura
le iría bien a mi pulmón, tras estos
años en mala tierra.
Ya hemos llegado. Adiós. ¿A la cantina,
a engrasar bien el pecho,
a lavarlo del humo del viaje?
Allí está, es otra, es nueva; vamos juntos.
Buena es esta costumbre
—eh, tú, o alegras esa cara
o te vas. Canta, habla, bulle
aunque no oigamos nada, sino ruido,
bébete ya ese vaso
sin fondo, aunque en él nunca baile el agrio
mosto picado de la vida,
danos la mano, abrázanos a todos
sin miedo, aunque en tus brazos
tan sólo el aire…
Como en los nuestros. Bueno es cualquier sitio
para hacer amistades, pero éste
es el único que hoy nos queda abierto.
¡De prisa! Un gesto llano
y basta: una patria, un río, estrellas, todo el mundo,
esta región inmensa y sin conquista
que es el hombre, hela: tuya.
Y aunque pongas tu vida junto a la noche
siempre amanecerá. ¡Suelta el bocado
soso y frío del miedo! Cuando llegue
con más ternura que la luz de invierno,
tú saldrás por las calles, y tus ojos
repicarán, y aún a pesar tuyo
con mirar con limpieza estarás limpio.
Amigo del buen tiempo,
llegó el vareo del olivo,
el mejor mes para trucha. Dicen
que la que bien se ve ésa no se pesca
y así nosotros vemos
lo que jamás poseeremos,
pero en el río turbio de tu soledad, pon
el corazón por cebo
que algo picará un día; quizá un poco
de amor para tu mesa sobria, un cálido
visitante invernal para tu casa.
¿Ves cómo nuestro anillo
de alianza es de espuma
de plata, de humo
de tren? Esto es hermoso.
Aquí ya no hay banderas,
el traje mal cosido de una raza perdida.
Con amor y con luto,
lejos de donde hicimos bodas de sombra y noche,
hagamos hoy con nuestra orfandad blancos
lazos para las palmas de todos los balcones,
de esta saliva de vagón, la hermosa
lágrima fiel del niño.
Ya no habrá ningún rey
en el cielo sin nubes de nuestra gran pobreza,
rica, azul para siempre.
Ya no habrá quien nos cante
porque nosotros somos ahora el cántico,
la campana, la fábrica, el sustento.
Cuando dentro de poco llame a nuestras oscuras
puertas el sol, la faena
diaria, un bello viaje
sin distancia ni tiempo,
una gesta inmortal nacida aquí, en la tierra,
el corazón emprenderá animoso,
sin deudas ya, por tierras sin murallas,
sin ese medallón de barro seco
de la codicia, al alba,
con los primeros gallos encendidos.
Basta ya. No son horas
de sermón, aunque sí de lengua suelta.
Ávila, como tu aire
tan sano no lo hay, y este vinillo
se nos cuela con él en hondo oreo.
Recién venidos y un momento justos,
¡fuera de aquí quien nos recuerde ahora
esa voraz caída de la noche
sobre los altos campos
de nuestra tierra! 



Claudio Rodríguez. Poemas laterales. Fundación César Manrique, 2006

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