domingo, 17 de diciembre de 2023

Gazuza


 

Oponer el argot de los trabajadores al lenguaje culto es reaccionario. El ocio, y aun el orgullo y la arrogancia, han prestado al lenguaje del estrato superior algo de independencia y autodisciplina. De ese modo entra en contradicción con su propio ámbito cultural. Al querer dar órdenes, se vuelve contra los señores que lo utilizan para ordenar y dimite del servicio a sus intereses. Pero en el lenguaje de los sometidos sólo el dominio ha dejado su expresión, arrebatándoles incluso la justicia que la palabra autónoma y no mutilada promete a cuantos son lo bastante libres para pronunciarla sin rencor. El lenguaje proletario obedece al dictado del hambre. El pobre mastica las palabras para saciarse con ellas. Espera obtener de su espíritu objetivo el poderoso alimento que la sociedad le niega; llena de ellas una boca que nada tiene que morder. Se venga así en el lenguaje. Ultraja el cuerpo de la lengua que no le dejan amar repitiendo con sorda violencia el ultraje que a él mismo se le hizo. Incluso lo mejor de las jergas del norte berlinés o de los cockneys, la facundia y la gracia natural, se resiente del efecto de, para poder sobreponerse sin desesperación a situaciones desesperadas, reírse, a la vez que del enemigo, de sí mismo, dando así la razón al curso del mundo. Si el lenguaje culto codifica la alienación de las clases, ésta no puede eliminarse con la regresión al lenguaje hablado, sino sólo como consecuencia de la más rigurosa objetividad del lenguaje. Sólo el hablar que conserva en sí el lenguaje escrito libera al habla humana de la mentira de que ésta es ya humana.

 

 

Theodor W. Adorno. Minima moralia. Reflexiones desde la vida dañada. Traducción: Joaquín Chamorro Mielke. Akal, 2004.

Imagen: “Escribimos libertad con mano encadenada”, Penal de Burgos, 1964.

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