El mar descansaba digiriendo ya su ingesta.
Animal echado
al vaivén del respirar.
Tendido en su pelaje,
flotan enfermos hombres
que han sobrevivido.
Están con piernas desaparecidas en aguas,
aferrados a la trama del hálito:
al susurro de esa piel
abismal de mar.
Aquí no hay roca sino agua.
Agua y nada de agua.
Y la marea es el camino. La marea como una mancha desde allá arriba,
desde satélites.
Que serán chatarra, marea y nada de agua.
Si hubiera agua en el agua no moriríamos de sed.
Y sin embargo
moriremos de nada de agua en el agua.
Porque no hay vaso ni grifo en la marea.
Y no me puedo poner de pie,
a pensar por qué flotamos en la maraña.
Somos pesca plástica en vísceras de gaviota:
gaviota parca, gaviota calavera, gaviota muerta de hambre.
Nosotros,
fabricantes de alimento.
Veo los ojos del pingüino que arde como una madera negra
mientras salta torpe como un mensaje que nunca llega:
veo los ojos del pingüino rodeados por el fuego
que salta sobre la madera para rodear al vidrio del mensaje que nunca llegará.
La marea arrastra el teclado muerto en falanges de textos amputados.
Porque aquí no se puede estar ni sentado ni parado:
siquiera hay silencio en la marea.
Sino una hamaca insolada, ultravioleta y cándida como la esperanza.
Todos pelean por gritar tierra a la vista.
Pelean, y algunos sobresalen entre perros y ratas.
Y se abrazan a un huevo.
Martín Barea Mattos. Made in China. Estuario, 2016.
Imagen: Odd Nerdrum
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