Anormal. Ser anormal,
vivir como anormal.
Lo anormal como humano.
Lo anormal como esencia.
Lo anormal como fuente de vida.
Lo anormal como principio rector.
Porque hay una caja heterodefinida
en la que quieren que vivas, un aire
químicamente establecido que inhalar,
una historia verídica,
un mapa oficial.
Nosotros, los anormales
no encajamos.
Nos encajonan
pero no encajamos.
Ni en el ejército
ni en la escuela
ni en el partido
ni en la escolástica
ni en la familia
ni en los cánones diversos
ni en el mercado del arte
ni en ningún mercado.
Outlayers.
Perdedores.
Y ellos, los normales,
con sus mofletes sonrientes,
sí encajan.
Tiene su cuerpo la forma exacta de la caja.
Flotando en el mainstream,
encantados de conocerse,
heteroidentificados,
a la moda, sobre caballo ganador,
en la mímesis, asimilados,
clones para el patriarcado,
el capitalismo, las jerarquías,
vaciados en su ser,
pero identificados con su estar.
A un alto precio triunfadores,
vacíos pero cool
y con laureles,
con un lugar bajo el sol,
con opción a cargo, a título,
a un puesto en el escalafón.
Uníos anormales de la tierra.
Uníos anormales de la tierra.
Uníos anormales de la tierra.
Cada cual con su hándicap,
con su opción, su circunstancia,
con su idea, con su praxis,
con su perversión, con sus fetiches.
Cada cual unido a cada cual
para abolir la norma.
Bernardo Santos. De
la estirpe burguesa. Amargord, 2018.
Imagen: Roger Ballen.
Gooi Rooi, 2012.
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