martes, 11 de agosto de 2015

La reencarnación



                        Mantened la sangre fría hermanos
                                                           Malcom X


Morí bajo el látigo abrasador de Amón Ra

por no querer arrastrarme más

sin beber un poco de agua.


Morí desangrada a manos de mi padre

por negarme al derecho de pernada de su señor.


Morí en la hoguera por tener fe

en la ciencia y en el saber o por ser bruja, por ser.


Morí en la playa bajo los truenos

de aquellos dioses de plata que llegaron

en casas flotantes y que montaban sobre

enormes cerdos.


Morí colgado del palo mayor,

extraña fruta en agraz,

por romper las cadenas de aquel barco negrero.


Morí ensartado por una bayoneta tomando La Bastilla

y semanas después, también morí dentro de mi madre

cuando le cortó la cabeza la guillotina.


Morí gritando viva Atahualpa, gritando viva Tupac Amaru,

gritando viva Simón Bolívar y viva Zapata, cabrones,

antes de que al galope me desmembraran vivo dos caballos.


Morí electrocutado en los vestuarios de aquel estadio,

boqueando dentro de una bolsa en un oscuro calabozo,

enterrado vivo en una cuneta después de cavar mi fosa.


Morí acribillado a tiros en la Plaza de Tian´anmen, en Amritsar,

en Katyn, en Tlatelolco, en Badajoz, en Lonmin, en Vitoria,

en Casas Viejas, en Napalpí, en Guinea, en Zemla, en Génova, en Tahir…


Morí de hambre por ser Armenio, por ser Kurdo, por ser Palestino,

por ser disidente cubano, tibetano, ucraniano, gitano o Mapuche.


Morí lapidada por querer a otro hombre,

morí desfigurada con ácido por mi pelo suelto,

violada por querer estudiar, acuchillada por querer votar.


Morí apaleado por la policía en cualquier parte del mundo,

desaparecido en Chiapas por militares sin insignias,

torturado en Guantánamo, condenado a la horca en Chicago.


Morí en mayo y en cualquier otro día,

morí por la heroína guiando al pueblo,

roto en mil pedazos por cañones de agua

en una sentada pacífica.


Morí carbonizado frente a la sucursal bancaria,

arrojado al vacío desde el balcón de mi casa desahuciada,

morí de pena, morí con rabia, morí en la jungla

a machetazos contra las máquinas de acero

que me obligaban a abandonar mi pueblo.


Morí de un tiro en la nuca

la única forma de hacerme olvidar las razones

por las que me negaba a ponerme de rodillas.


Morí tantas veces

que tengo la piel en carne viva de reencarnarme

y parece que nunca llegará el día

en que viva en un Mundo Nuevo y viva

para contarlo.




David Trashumante. A viva muerte. Baile del Sol, 2015.

Imagen: Alfred Kubin. Masa negra, 1905.

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