Este sol era tuyo y mío: lo compartíamos.
¿Quién sufre tras la tela dorada? ¿Quién está muriendo?
Una mujer gritaba golpeando su pecho seco: “Cobardes
me robaron mis hijos y los despedazaron, vosotros los
matasteis
mientras mirabais al atardecer con extraños gestos las
luciérnagas
abstraídos en un ciego pensamiento.”
La sangre se secaba en la mano que un árbol verdecía
un combatiente se quedó dormido apretando la lanza que le
iluminaba el costado.
El sol era nuestro, nada veíamos tras el bordado de oro
después llegaron los mensajeros extenuados sucios
balbuceando sílabas incomprensibles
veinte días con sus noches sobre la tierra estéril y con
espinos
veinte días con sus noches sintiendo el vientre
ensangrentado de los caballos
y ni un momento se detuvieron a beber el agua de la
lluvia.
Les dijiste que descansaran antes y hablasen después, la
luz te había cegado.
Murieron mientras decían: “No tenemos tiempo” tocando
algún rayo de sol;
olvidabas que nadie puede descansar.
Una mujer gritaba: “Cobardes” como el perro por la noche
sería hermosa en otros tiempos como tú
con la boca húmeda, las venas bajo la piel
con el amor.
Este sol era nuestro; lo guardaste sólo para ti no
quisiste seguirme
y aprendí entonces lo que se oculta tras el oro y la
seda;
no tenemos tiempo. Tenían razón los mensajeros.
Yorgos Seferis. Ed. Júcar, 1988. Traducción: José Antonio
Moreno Jurado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario