Se
oye nuestra voz
porque
somos inofensivos;
semilla
en tierra yerma,
llama
en el vacío.
Dejan
flotar nuestras palabras
porque
han reventado todos los nidos,
y
caen como copos de plumas
sobre
un matadero derruido.
Hasta
que no duelan sus gargantas,
nuestra
saliva tan sólo servirá
como
lubricante para su máquina.
Y
nuestras consignas continuarán siendo
meros
lazos de regalo que ceban
su
tolerancia, su libertad
de
expresión hueca
y
su condescendiente superioridad.
Alberto
García-Teresa. Voces del Extremo. Poesía y tecnología. 2009
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