lunes, 28 de enero de 2013

Los miedos de Dámaso



¡Pobre Dámaso! Muerto,
tan lleno de espantos
que los dedos se le antojaban monstruos
o huéspedes de la niebla.
                                   Se llevaba
las manos a los ojos
para ahuyentar el mundo,
empeñado en descubrirse en Dios,
dentro de Dios, agazapado,
desvalido niño puro.

Y si Dios o la sangre le empujaban
fuera de sí, se deshacía
en lágrimas,
en miedos.
Se perdía
en su oscura noticia.

Encendido en secos miedos
vivió año tras año, hasta noventa y uno.
Y se quedó, vacío detrás de la ceniza,
así el volcán reduce la montaña
y la convierte en odre arrugado,
libre de fuego y vísceras.

¡Ah, pobre Dámaso!... Tú, el más miserable,
dime
si en el profundo seno de la tierra sientes
la alucinación de los insectos,
de los puñeteros insectos
que poblaban tu alma y confundías
con alevosos monstruos.

Tus miedos eran, convertidos
en cadáveres,
en ríos de almas muertas.

¡Ah, pobre Dámaso!
Tan miedosillo siempre. Tan redondamente
caído en el regazo de un Dios materno
que le dice en vano: “¡Suéltame, Dámaso!
¡Me está doliendo tu peso, tu zumbido
de insecto,
de puñetero insecto!”


Victoriano Crémer. La escondida senda. Junta de Castilla y León, 1993.

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