martes, 30 de julio de 2013

Narcolepsia


No es una desdicha:
es solamente un sueño autoinducido.
Está bueno este sueño,
me gusta el viaje
hasta que caigo donde sea. 

Mi mente se ahoga
como en un limbo de morfina.
No siento. Mi cuerpo es de otra. 

Al día siguiente, el bebé gigante
se despierta y encuentra marcas
del viaje al país de los niños muertos.
No hay drama, soy un pájaro comiendo
migas de pan en el suelo de la casa,
tan fuera de mí como un cliente. 

Yo sé, sí, claro, que no puedo
drogarme tanto,
comer tan poco
y beber así.
Nada me exime de este trastorno.
Pero es un trastorno de juguete. 

Si mi narcolepsia empieza temprano,
mis recuerdos terminan temprano.
Nunca sé cómo me voy
a la cama ni con quién.
Al día siguiente busco rastros
del cortocircuito.
A veces me asusto
pero cada vez menos,
es como jugar a los detectives.
Todos lo hemos hecho, ¿no? 

Pero sois jueces implacables,
vosotros y vuestros consejos.
Que, sí, que estoy capacitada para vivir.
¡Qué pensabais, malditos perros viejos,
saboreando mi desdicha!
Esto mío es una mancha:
un poco de sangre,
la saliva de un beso,
un lunar:
O un tumor diminuto. 

Y yo ya sé los resortes de la histeria
y sé vivir entre bisagras.
¡Dejar de darme consejos!
Yo no os los pedí. No es un escándalo.
Y sí, me estoy envenenando, y qué,
posiblemente muera más tarde
que vosotros. 

Y seguramente de lo mismo. 



Eva Vaz. Ruido de venenos. Crecida, 2013.
Imagen: Leonora Carrington. Adieu Ammenotep, 1960

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