martes, 8 de abril de 2014

El taller


El taller

en un polígono industrial

de la periferia de Valencia

era la España de los setenta

en pequeño. 


Un encargado

y veinte obreros trabajando

mientras el jefe

pensaba por todos. 


Entré al taller en octubre

tenía quince años

hacía frío

y los de mono azul

me llamaban el escribiente. 


Compartía adolescencia

de ocho a dos y de tres a seis

de lunes a sábado

con cuatro o cinco chavales 


que tenían un corazón

más grande que la nave industrial

que nos albergaba


 y llegaban al taller

aún con legañas

a las siete de la mañana

entre campos de cebolla

montados en bicicleta. 


En casa dejaban a una madre

probablemente emigrada

y por lo general cargada de hijos

que trabajaban hasta la extenuación


mientras el padre de alguno de ellos

plantaba cara a la durísima jornada

que se le venía encima

tragando de golpe “un carajillo”

en el bar de cualquier polígono 


y los labradores

se enriquecían vendiendo tierra de labor

a las constructoras que edificaban a toda prisa

con la intención de vender pisos sin balcón

a los currantes que aún habían de llegar. 


Y mientras esto pasaba

en el pueblo

a un kilómetro del taller

había quien enviaba a sus hijos a Londres

para practicar el idioma

y completar su formación universitaria.


Sólo cuestión de un kilómetro.


Vicent Camps, Taller. Celya, 2003

Imagen: Henri Cartier-Bresson. Descanso. Bremen, 196

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