Llegan
y bañan de luz la noche
hogueras en los escombros.
Amanece y parten.
Brotan orquídeas de las
cenizas.
Presentar un libro, y de
poemas. ¡Hostia tú! Y uno de alguien al que ha reseñado Antonio Crespo, poeta
valiente como nadie en la denuncia del olvido, indagador en la memoria.
Presentar un libro de alguien al que ha prologado Antonio Orihuela, cuya obra
socava y agrieta los discursos dominantes. Que entiende la poesía como incendio
que "no da para comer da para arder". Y Conrado hace eso y "arde
en ella". El "Cancionero (de escombros con hoguera)" ya era para
Orihuela "el lugar donde las gargantas se descubren compañeras (...) donde
se encienden los corazones para gritar a una contra la injusticia, contra el
silencio y la explotación que nos hacen los de arriba". "De vivos es
nuestro juego" continúa la convocatoria.
Ahora que parece que nos
quieren ausentes, encerrados, mudos. Que parece que nos quieran arrojar a un
pozo y alimentarnos con un cigoñal dulce pero de hiel. Ahora que "desde el
fondo del pozo solo se ve un pedazo de cielo a veces gris a veces negro"*es necesario salir, dejarnos las
uñas y la piel, saltar el brocal y partir sin miedo, con coraje y acudir a la
llamada de Conrado. Porque es nuestro juego, el de los vivos. No es su juego.
En el prólogo, José Antonio
Cerdán declara el libro útil "para curarnos de la cobardía." El libro
herramienta, el libro arma. ¿No escuchabais en las plazas "estas son
nuestras armas", manos abiertas alzadas al aire y se cantaban versos
frente a la indignidad? Conrado sí escuchó y en cada plaza vio una trinchera,
en cada plaza un horno. Escuchó, no solo entonces, ya de siempre, al débil y al
infame, al perseguido y al cobarde, a las golpeadas y a los usureros. Escuchó,
nos lo viene contando desde hace años y nos lo viene a contar ahora...
"A veces uno piensa,
y se percata"
...nos lo viene a contar
ahora con una poesía que surge no sé si de la necesidad, pero que se hace
inevitable. No sé si de la urgencia, pero que espolea, pues
"Se acabó la
fanfarria"
Estos poemas tocan todas las
puertas, llaman a las cosas por su nombre, golpean donde duele y sin temor. Y
no al tuntún. Sí, Conrado "devuelve el valor a las palabras", y con
ello él mismo es el valiente y nos llama a serlo. Se enfrenta. Se sitúa cara a
cara, hace frente al enemigo.
Porque lo hace llamando a
las cosas por su nombre. Señala. Claro que es más fácil decir que la culpa es
de los mercados, que la culpa es de Europa. Conrado no. Conrado lo dice con
todas las letras, y como un hierro que marca una res, él con el verso acusador,
con el verso denuncia, los marca, como lo que son, sin esconderse, poniéndose
delante: Yo.
"Yo me cago en
Botín".
Ya véis cómo utiliza la
palabra justa. La palabra exacta, la que no tiene ni más ni menos que lo que
debe tener
"Yo me cago en
Botín" mierda;
la palabra debida, la que
obliga a corresponder
"Yo me cago en
Botín" toma;
la palabra adecuada, con la
que iguala
"Yo me cago en
Botín" es lo que eres.
"Yo me cago en
Botín"
o lo que es lo mismo: Botín:
eres un mierda.
La palabra adecuada. Un
inciso. Para quien no lo sepa, Conrado sabe latín y lo enseña. Adecuada procede
del latín ad aequo, hacia lo igual. Y al igualar, al nivelar el fiel de
la balanza, hace justicia. La palabra justa.
Y nos llama de nuevo, esta
vez desde otra piel, desde otros ojos, desde otro lugar, allí, que si era lejano,
desconocido en el Cancionero...
"No dejéis que se
parta,
mi dulce amigo,
a riberas extrañas,
quede conmigo.
No dejéis que se zarpe,
mi enamorado,
a los extraños mares,
quede a mi lado."
...si ese allí, era lejano,
desconocido, ese allí está ahora más cerca. Ese allí es aquí ahora. Y esos
versos de entonces, devienen tragedia por lo inevitable.
"Justo al borde,
ahora que hemos llegado
justo al borde"
exactamente aquí, en el
sitio justo, reclamamos lo justo, lo que nos corresponde, por justicia, por que
somos iguales. Porque nadie más que nadie.
Y aquí, estos hombres, estas
mujeres, estas niñas, los hijos de nuestra barbarie, sí, nuestra barbarie, con
miles de kilómetros a las espaldas, con llagas en los pies, con la piel
quemada, con los ojos ardidos por el escándalo, piden que se abran las puertas,
que se suprima el borde, el límite, el extremo. El borde en el que de nuevo
contemplan la sinrazón, la vergüenza, el desamparo, el desdén, el olvido
"...y nuestra mano,
justo al borde,
busca otra mano, otra
en que ampararse,
justo al borde
y no hay lugar."
No hay lugar para la
justicia, no hay lugar para el compromiso y los de este lado somos en desmesura
injustos al borde porque solo entrarán los justos, el número exacto. Ni uno más
ni uno menos. Despojados de nombre. Números.
Por eso, a esa mano que
busca otra mano, ¿que mano ofreceremos a los que
"Ya no duermen
tranquilos (...) en la tierra de nadie"
a los que
"pronto llámarán a
nuestra puerta"?
¿Pronto? Ya están llamando,
pero no estamos. O sí estamos, quizás sordos.
Conrado sí escucha, sí está
y nos exhorta de nuevo quizás, eso habrá de decirlo él,
"más cansado que las
ratas de un gato
(...)
que el viento de las
hojas"
"a abrir la cancela del
miedo"
y continuar como ya hiciera
antes
"frente a un
poder,"
frente a la barbarie en este
caso,
"la mirada sostener
y no cejar."
Y ofrece su mano. Y con su
mano, ofrece su esperanza, y no se rinde,
"que sin pausa sigo y
sigo".
¿Y nosotros, a esa mano que
busca otra mano, qué mano ofreceremos?
Desearía que fuese al menos
una mano como la de la "orquídea silvestre", una mano que dice nadie
más que nadie.
No te canses, Conrado. No te
canses de llamar. No te canses de luchar. Gracias.
* Así
comienza Plop de Rafael Pinedo (1954-2006). 160 páginas de gran potecia
y uno de los vértices de su tríada sobre “la destrucción de la cultura” junto a
Frío y Subte.
Enrique Sadornil
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