La Gabia no es más que un salpicón entre el agua y el
risco.
En sus dos calles galopa
con el cuello quebrado y dolor de manos la vida.
Nombres que nombran y se saludan desde el barro de fuera
de casa.
Ha llovido y todos echan leños a la candela.
Esta noche de casa de Zacarías sale
su voz parida por la ventana,
se cuentan lo que un día hicieron
cuando no había luz
y subieron a los trojes.
Sus tejados de pizarra se giban de años,
fue lo único que heredaron,
tiempo y dos mulos por cabeza
a los que olerles el culo,
con los que hincarse en la tierra,
a los que mirar junto al barbecho.
Las puertas son breves,
una hoja de higuera se deshace en el quicio,
habrá semillas a las que espera el verano.
El nogal se ha desgajado con la compaña de una piedra
en la que ya no se sienta nadie.
Ángel Rodríguez López. La Gabia. Editorial
Maolí, 2016.
Imagen: Marianne von
Werefkin. Fuegos fatuos, 1919.
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