De improviso,
alumbramiento
o misteriosa desaparición
del sol entre tinieblas
en blanco sobre cal o silencio,
sudor, lágrimas secas,
peregrinar
en árido infierno
entre nombres perdidos.
Así,
tu nombre
grabado a fuego entre cenizas,
tú
que tanto amaste lo imposible
como persecución de abismos
y esperabas en la desdicha
sabiendo que el amor permanece
como insensata memoria
de lo que fuimos
o sueño ardiente
de resurrección.
Tú, sólo nombre
apenas signos
inscritos en blanco.
Tú que dijiste
como predicción o presagio
del vidente
(¿mentía acaso el vidente?)
leche
blanca
cal
blanca muros blancos
y así tu voz
en este estertor de agosto,
estela del horror que avanza,
gavillas de la historia,
espasmos de fiebre
(tan cerca ya tan cerca
el fin de la pesadilla).
Y una mano
que acompaña
recuerda tus palabras,
recita tus palabras,
musita tus palabras
al
oído,
hilvana versos
imágenes de sueño y locura
al
oído
cuerpo fugitivo y amado,
regresa,
las oyes
en el preludio
del abandono definitivo,
de nuevo sentirlas
sílaba a sílaba
(qué esfuerzo
qué pérdida de aliento
qué ausencia
qué casi silencio).
Te agarras,
a ti te agarras,
como cumplir promesa
del regreso
imposible
las musitas
(sin voz,
sin labios,
aliento seco)
como oración
o ancla
o infancia
cuando
cuando
él las dice
a tu oído
él, que las aprendió
como desmesurada libertad
y ahora
él las dice
al
oído
para acompañar
muerte o agonía o despedida
y
tú,
loco resistente del loco amor
y la terca esperanza del mañana,
tú,
las dices o tus labios intentan
y así
permanecen
tus palabras
sin voz
hilo de luz en la agonía del tiempo.
Permanecen
para que os encuentre
(cumplido ya el siglo de la infamia)
y decirlas
y desde el infierno,
abolir
la sonrisa del verdugo,
la lenta sucesión de la historia,
rescatar
tu mirada, el amor,
tu enloquecida tenacidad
de amante.
Decirlas,
muy despacio,
como si fuera a tu oído,
como si yo muriera un poco
o fuera piedad herida por los libros
o supiera la certidumbre del amor
que enseñaron tus palabras
y
pues llegasteis a mi encuentro
alumbrado el silencio
con vosotros
las musito
casi sin voz
al
oído
del muro que escucha:
los
perdidos en el campo se reencuentran al encontrarme
los
viejos cadáveres resucitan al oír mi voz.
Antonio Crespo Massieu. Orilla del tiempo, 2005. En Memorial
de ausencias. Poesía 2004-2015. Tigres de papel, 2019.
Imagen: Robert Desnos en Terezin, 1945.
Que belleza. Gracias.
ResponderEliminarY si hay belleza, hay verdad. Salud!
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