¡Qué pena de ser tan lerdo!
¡Qué pena no saber nada!
¡Qué pena no haber sabido
contestar esta mañana
a la viejuca que tiene
su nieto en el Guadarrama!
¡Calor de vergüenza llevo
sobre el frío de la cara!
¡Tan sencilla la pregunta,
y no saber contestarla!
-Dicen –ha dicho- que dicen
extranjeras buenas almas
que van a humanar la guerra.
¿Cómo van a humanizarla?
¿Cómo puede humanizarse
cosa que sólo es humana?
Los hombres hacen cañones,
los hombres hacen granadas.
Sólo los hombres los usan,
sólo los hombres las lanzan.
¡Cuanto más humanos son,
emplean peores armas!
Primero fueron las flechas,
después fueron las espadas,
-¡ay el castellano orgullo
de las hojas toledanas!-;
luego el rayo de la guerra
con su novia la espingarda;
después las balas dum-dum
que destrozan las entrañas;
luego bombas explosivas,
después bombas incendiarias;
luego gases asfixiantes,
después, los que forman llagas…
¿Qué harán mañana los hombres
para seguir su matanza?
¡Cuanto más humanos son
emplean peores armas!
Las fieras luchan de frente
sin más armas que sus garras.
Las fieras, ni enloquecidas,
muerden a los de su raza.
¿Por qué pues humanizar
guerra que sólo es humana,
y por qué no “enfierecerla”
en lugar de humanizarla?
¡Qué sencilla la pregunta,
y no supe contestarla!
Antonio Agraz. CNT,
nº 490, 15 de diciembre de 1936. Romancero libertario. Ruedo ibérico,
1971.
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