Hijo mío, poco importa lo que llegues a ser,
los palos contra ti ya los tienes preparados.
Porque a ti, hijo mío, en este mundo
sólo te espera el basural, y ya está ocupado.
Hijo mío, escucha lo que tu madre te dice:
A ti te espera una vida peor que la peste.
Pero yo no te he llevado tanto tiempo dentro mío
para que lo soportes todo tranquilamente.
Lo que no tienes, no lo des por perdido.
Lo que no te den, consíguelo cueste lo que cueste.
Yo, tu madre, no te he parido
para que de noche duermas bajo los puentes.
Quizás no estés hecho de una pasta especial.
No tengo dinero para ti, ni te dediqué oraciones.
Mi confianza eres tú mismo, y espero no verte mal,
pidiendo en la oficina pública mientras tu vida se hace
jirones.
Las noches en las que sin cerrar los ojos me acuesto a tu
lado
y mi mano hacia tu pequeño puño se estira,
pienso en las guerras que contigo ya tienen planeadas.
¿Qué tengo que hacer para que no creas sus sucias
mentiras?
Hijo mío, tu madre nunca te ha engañado,
haciéndote creer que eres diferente.
Te crio con mil sacrificios, y no para verte colgado
de una alambrada de púas gritando por agua, casi
inconsciente.
Por eso, únete a los tuyos, hijo mío,
juntos hagan polvo sus dementes sueños de poder.
Tú y yo, y aquellos que son como nosotros,
tenemos que lograr de una vez por todas
que no haya en el mundo dos clases de personas.
Bertolt Brecht. 80
poemas y canciones. Traducción, Jorge Hacker. Adriana Hidalgo Editora,
2011.
Imagen: Lorenzo Viani. La viuda, 1920-21.
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