Cuando, en el crepúsculo del
pueblo, Platero y yo entramos, ateridos, por la oscuridad morada de la calleja
miserable que da al río seco, los niños pobres juegan a asustarse, fingiéndose
mendigos. Uno se echa un saco a la cabeza, otro dice que no ve, otro se hace el
cojo...
Después, en ese brusco
cambiar de la infancia, como llevan unos zapatos y un vestido, y como sus
madres, ellas sabrán cómo, les han dado algo de comer, se creen unos príncipes:
—Mi pare tié un reló e
plata.
—Y er mío, un cabayo.
—Y er mío, una ejcopeta.
Reloj que levantará a la
madrugada, escopeta que no matará el hambre, caballo que llevará a la
miseria...
El corro, luego. Entre tanta
negrura, una niña forastera, que habla de otro modo, la sobrina del Pájaro
Verde, con voz débil, hilo de cristal acuoso en la sombra, canta entonadamente,
cual una princesa:
Yo soy laaa viudiiitaaaa
del Condeee de Oréé...
...¡Sí, sí.! ¡Cantad, soñad,
niños pobres! Pronto, al amanecer vuestra adolescencia, la primavera os asustará,
como un mendigo, enmascarada de invierno.
—Vamos, Platero...
Imagen: Antonio Berni. El mundo prometido a Juanito Laguna,
1962.
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