VIII
Del ring a las maromas vírgenes
de nuestro salmantino recinto universitario.
Como no iba a las clases
supongo que serían muy buenos los catedráticos.
Pero como leía mucho la prensa
a brincos de caracol me fui educando.
Agonizante yo y amigo de no más de dos difuntos subinstruidos
fui tan autodidacta que tuve que descubrir
hasta la Hoja del
Lunes de mi páramo.
Como leía sólo capuchinos
porque me estaba especializando
me enteré de que existía Góngora
a mis quinientos treinta limacos.
Descubriré a Baudelaire
en mi tercera putrefacción de franciscano.
Por haber dormido tanto de joven tengo la sensación de
nutria
de ignorar casi todo y me atraviesa el escalofrío feliz
de desconocer absolutamente el trabajo.
Sé que existe
por confidencias de amigos íntimos que han viajado.
Soy un miserable, soy un miserable
que se siente morir en el instante mismo
en que deja de hacer su capricho, mis queridos hermanos.
Todo lo que sé lo aprendí del amor y de la traducción
y de los baños verdes de los veranos.
Ramón Irigoyen. Los abanicos del Caudillo. Visor, 1982.
Imagen: Manuel Barriopedro. Madrid, 1979.
No hay comentarios:
Publicar un comentario