Me casé con un
pituco, y
me fui convirtiendo
en un florero vacío.
En la cadena del perro.
Cada vez te pareces más
a ese tío
del periódico,
con su cara
de convenio
y democracia,
con sus ladridos menudos
de chiguagua sin lacitos.
Pero yo te miro
por dentro,
como una sandía
hueca,
como un globo
con cara
de hombre.
Como un hombre
chiquitito y escaso,
débil como el color
del agua y
triste como una madre
muerta.
Yo paseo por tus adentros
y te veo todo
tripas,
embotado en tripas,
kilómetros de tripas
podridas
como mentiras de adulto.
Tu frío me amputa
los sentimientos
y me deja como aquella mujer
que se convirtió
en estatua
de sal
porque su hombre
miró
hacia
atrás.
Eva Vaz. La otra
mujer. Celya, 2003.
Imagen: Birgit Jürgenssen. Sin título, 1979.
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