Nosotros lo llamamos el Sur
y sin embargo en Ciudad del Cabo,
en Buenos Aires y en Sidney,
lo llaman el Norte.
¿Y si le damos la vuelta?
¿Y si ponemos el norte al sur?
La verdad es que viajando al oeste
se llega siempre al este
y con perseverancia
siempre al mismo punto.
La tierra, esa finitud
que sostiene un viaje infinito,
ese espacio caliente, feraz, tumultuoso,
a veces volcánico,
desaparecido en las televisiones
y también ese espacio detenido
del hielo eterno (o casi), del blanco
de los días que son meses.
Porque ¿dónde está el sur
y dónde está el norte si cualquier punto
es casi equidistante al centro
en este esferoide azul?
Somos la generación privilegiada
que pudo verse desde afuera,
que fotografió lo que antes otros
tan solo dibujaron, intuyeron.
El planeta tierra, esa diminuta inmediatez
azul, oblata, femenina,
frágil hilo del aire, debilísimo equilibrio del caos,
a punto de romperse, a una bomba del no ser,
a una deforestación de la hecatombe.
Bernardo Santos. Global
y roto. Amargord, 2014.
Imagen: El cielo de
Salamanca. Siglo XV
No hay comentarios:
Publicar un comentario