Venía por aquí, aún sin entorchados:
con abrigo de paño; taciturno, cargado de hombros.
Luego, cuando arrestó a los asiduos del café,
poniendo fin a la cultura entera,
dio la impresión de estar vengándose (no de los clientes,
sino del Tiempo) por la pobreza, las humillaciones,
tanto café, tan malo, el tedio y las batallas
al veintiuno que perdía siempre.
Y el Tiempo encajó la venganza.
El local está lleno, ahora; carcajadas,
discos atronadores. Pero antes de sentarse
tiene uno el impulso de mirar en torno.
Plástico todo, niquelados, nada que guste;
y los pasteles saben a bromuro.
De vez en cuando, antes del cierre, a la salida del
teatro,
se da una vuelta por aquí, pero sin pompa.
Todos se levantan al verlo entrar.
Unos por obligación y otros por gusto.
Con un gesto cansino de la mano
devuelve su sosiego a la noche.
Se toma su café -mejor que entonces-
y, bien acomodado en el sillón, mordisquea
una pasta tan rica, que los muertos
no gritan “¡oh!” porque no resucitan.
1972
Joseph Brodsky. Parte de la oración y otros poemas.
Versal, 1991. Traducción: Amaya Lacasa y Ramón Buenaventura.
Imagen: George Grosz. Traficantes de brillantes, 1920.
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