Despreciamos al perro por dejarse
domesticar y ser obediente.
Llenamos de rencor el sustantivo perro
para insultarnos. Y una muerte indigna
es morir como un
perro.
Sin embargo los perros miran y oyen
lo que no vemos ni escuchamos.
A falta de lenguaje
(o eso creemos)
poseen un don que ciertamente nos falta.
Y sin duda piensan y saben.
En consecuencia,
resulta muy probable que nos desprecien
por nuestra necesidad de buscar amos
y nuestro voto de obediencia al más fuerte.
José Emilio Pacheco. Ciudad
de la memoria (1986-1989). En Los
trabajos del mar. Poesía IV (1979-1989). Visor, 2014.
Imagen: Loukanikós. Atenas, 2011.
No hay comentarios:
Publicar un comentario