Venid, yo tengo para vosotros
también un poco de corazón;
mientras, riendo, pasan los otros,
venid, yo tengo para vosotros
una
canción.
¡A ver!, mostradme los dientes blancos,
los ojos grandes, los pies deformes
y los harapos sobre los flancos.
¡A ver, mostradme los dientes blancos
de lobos
jóvenes.
¡Bravo! Dejadme que me convenza
de vuestros odios y vuestros crímenes;
habladme todos –no os de vergüenza–,
¡bravo!, dejadme que me convenza
de que
sois viles.
¡Pobres muchachos! Yo he de mostraros
el gran remedio de vuestras penas;
sagradamente quiero educaros.
¡Pobres muchachos! Yo he de mostraros
vuestra
riqueza.
¿Nadie os lo ha dicho? Bajo esas ropas
deshilachadas corre la sangre;
¡tended las manos a vuestras copas!
¿Nadie os lo ha dicho? Bajo esas ropas
tenéis
la carne.
¡La carne ubérrima, la carne viva!
Y, carne y sangre de vuestras entrañas,
cuando os desprecie la raza altiva,
gritadle: ¡Somos la carne viva
que os
amenza!
¡Y entrad en vuestra carne sangrienta
y oíd el ruido de vuestra sangre;
niños de larga faz macilenta,
entrad en vuestra carne sangrienta
y haceos
grandes!
¡Sed los esposos de las pasiones!
¡Y bajo el forro de vuestras venas
–gloria a los músculos y a los tendones–,
sed los esposos de las pasiones
contra las vírgenes de las ideas!
No creáis en nada, no aprendáis nada,
salvajes míos, niños feroces;
retad a todos con la mirada,
y, en todo nuevos, no aprendáis nada,
mis
lobos jóvenes.
Sed criminales y haceos fuertes,
mis pequeñuelos, mis redentores;
vais, como piedras, rodando inertes;
pero ya es tiempo de haceros fuertes
entre el ejército de las pasiones.
¡Yo mi esperanza pongo en vosotros,
los dominados del corazón,
y –triunfen unos o triunfen otros–
yo tendré siempre para vosotros
una
canción.
Eduardo Marquina. Publicado en El Porvenir del Obrero, núm. 81 (16 de noviembre de 1901).
Imagen: Lewis Wickes
Hine. St. Louis, 1910.
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