Ah, Sancho amigo, Sancho amigo,
el Sancho verdadero, el insumiso:
nunca hemos sido justos contigo.
Todo eran alabanzas para el destino
de tu amo y señor, todo artificio.
El caballero andante qué hizo
sino intentar transformar el mundo en su delirio
y así todas las salidas que en el mundo han sido.
Un imposible mundo, ah, Sancho amigo.
¡Innumerables son los que llaman gigantes a los molinos!
(Y escudero al amigo…)
Ese loco ingenioso, soñador fingido,
humilde en su figura, soberbio en su designio,
era el loco de siempre, quería un mundo único
en donde sólo existiera un orden, un limpio
y honorable linaje. Un dominio por otro dominio
era lo que proponía. Pero tú, y el rucio, unidos,
dejasteis aquella ínsula, aquel olimpo
que el falso soñador te había prometido
—siempre prometen los que se creen elegidos—.
Falso porque los sueños forman un mundo distinto
del mundo de las cosas. En él no hay leyes ni juicios.
Lo suyo era otra ínsula, Sancho amigo.
Y tú, como nosotros, los hijos
de una tierra dramática, ardiente, del duelo y del
instinto,
sólo queremos que nuestro vivir sea algo nuestro, no ser
vividos,
porque no hay ínsulas sin armas y sin cautivos.
Hable de tu verdad los venideros siglos.
No hay camino ni andar —cualquier andar— hace camino.
Hay saberse hombre solo, condenado y vivo,
Sancho humano, Sancho insumiso.
Todos los hombres solos estamos contigo.
Jesús Lizano. Héroes.
Huerga y Fierro, 1995.
Imagen: Gustave Doré. Sancho
y el rucio.
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